La escalera sin fin
Cuando el artista belga Maurits Escher, huyendo del fascismo italiano, llega a la Alhambra, queda atrapado por la complejidad que los árabes han logrado darle al sentido del espacio. Se sorprende también del enorme paralelismo que encuentra entre esa concepción y las intuiciones artísticas vanguardistas surrealistas y dadaístas que tratan de expresar la falta de sentido del mundo en el cambio de siglo, sobre todo tras la I Guerra Mundial. Producto de ello, su litografía «La escalera sin fin» es una de las obras más conocidas. En ella, cada tramo de escalera lleva a otro que, a su vez, conduce a otro en dirección sin sentido previo. La paradoja que encierra es que se puede estar subiendo para bajar. Como Magritte, Escher formula la intuición de que las cosas, las realidades no tienen sentido en sí mismas. El sentido se construye según la dirección que tomemos con cada peldaño y en cada tramo que transitamos. De ello depende el lugar al que lleguemos. Un nuevo sitio o el lugar de inicio.
Ahora, en este nuevo cambio de siglo, los nuevos procesos y conflictos que aparecen con la globalización del capital y sus poderes políticos, culturales y militares tratan de dar a esa escalera un sentido que lleva siempre a reproducir la misma dirección con una sola finalidad: la que les permite volver al inicio y reproducirse sin fin. Esos procesos y conflictos, en este contexto, presentan nuevos desafíos para el sentido que peldaño a peldaño, las y los agentes transformadores queremos dar para la emancipación de nuestras sociedades y la soberanía de nuestros pueblos. La creciente diversidad, producto del incremento de las migraciones, es una de ellas, tanto para los pueblos de origen y como para las sociedades de llegada, especialmente si éstas, como la vasca, carecen de soberanía política. Por ello, quizá, lo acontecido en Iztieta, más que un caso aislado, es uno de los paradigmas del tipo de escaleras que no merece la pena subir ni en Euskal Herria ni en ningún otro lugar. Salvo que queramos encontrarnos en el punto de partida y en el espacio que esos poderes quieren que subamos.
Desde nuestro punto de vista, estos acontecimientos no son sólo consecuencia difusa del racismo o la xenofobia de determinados sectores de ese barrio, sean «autóctonos» o procedentes del Estado español, contra personas y colectivos de origen magrebí. Evidentemente, tampoco es sólo producto de la necesidad de mayor seguridad. Estos ataques racistas y xenófobos, o la percepción que se ha ido creando en torno a la inseguridad, son más bien el triste reflejo de una serie de causas, de peldaños, concretos y, por tanto, con responsables claros. Estos son los que han ido poniendo los escalones de cada tramo de una escalera que nos conduce a otro tramo que nos sitúa de nuevo atrás y abajo. Efectivamente, los valores y actitudes racistas y xenófobas son una expresión que hay que prevenir, frenar y tratar de desterrar de Euskal Herria. Efectivamente, el deterioro económico, urbano y social de nuestros barrios y pueblos, antes y ahora de manera más acelerada con la crisis, es un acicate. Y, por último, efectivamente, mayores y mejores formas de gestión de esos recursos, así como el diálogo social y cultural son instrumentos importantes para canalizar las problemáticas que surgen en la convivencia. Pero, a nuestro entender todo eso es, en el mejor de los casos, insuficiente. Si no logramos situar y denunciar tanto sus causas latentes y manifiestas, sus responsables ocultos y declarados; si no conseguimos empujar los procesos, políticas, instrumentos y acciones que urgentemente necesitamos como agentes para transformación social y para la soberanía de esta nación, estaremos posibilitando que esto se reproduzca en Iztieta o en La Arboleda, en Hendaia o en Iruñea. Es decir, alejaremos día a día, peldaño a peldaño, el sentido de la escalera que debería llevarnos a la construcción de una sociedad y una nación libre y justa por la que muchas y muchos luchamos aquí y en nuestros pueblos de origen.
Así, además de las injustas políticas sociales, laborales, económicas y urbanas, o de las discriminatorias situaciones de género o culturales, estos acontecimientos ponen de manifiesto las graves consecuencias que acarrean las racistas, machistas, explotadoras y retrógradas políticas de «inmigración y extranjería» puestas en macha por los estados español y francés, así como los de gran parte de la Unión Europea. Son esos estados, sus élites y sus sucursales y testaferros, los que tratan de imponer su modelo de sociedad, su hegemonía política y militar y su uniformización cultural. Ésta es su escalera. La dirección de la misma, peldaño a peldaño, se constituye con el ascenso a los siguientes tramos.
Primer tramo. Son esos estados y sus élites los que generan las políticas que vulneran los derechos más básicos de las personas y colectivos contra las que van dirigidas: las y los migrantes que procedemos de fuera de los estados de la UE. Ellos son los que, con sus legislaciones racistas y excluyentes, lanzan a personas como nosotras, que venimos huyendo del hambre o de la guerra o simplemente buscando una vida mejor, a la marginación y a la precariedad. Son los que nos ponen el dedo y el titular, sus policías y militares, sus celdas y centros de internamiento, sus visados y expulsiones, sus ONG y sus empresas, para que otros colectivos de esta sociedad canalicen sus fantasías, buenos deseos e incertidumbres. Son los que nos empujan a muchas de las personas que también hemos migrado desde los diferentes pueblos del Estado español a no querer recordar y responsabilizar a las y los «nuevos» migrantes de nuestros miedos pasados y presentes. Son los que tienden el velo de la duda y la reticencia entre la población originaria vasca, inyectando la amnesia del porqué de su diáspora y exilio. Son ellos y sólo ellos, como hemos visto también en este caso, los que generan dos consecuencias más.
Segundo tramo. Bajo el prisma del paradigma militar, policial y de seguridad en el que fundamentan esas políticas, son ellos los que justifican la regresión de derechos para los sectores populares y políticos que luchan por la transformación. Por ejemplo, los estados español y francés hacen el mismo intercambio en todas sus «cumbres»: uno pone en la mesa frenar la entrada «masiva de inmigrantes» en la «frontera Sur» y, a cambio, el otro elimina el derecho a asilo y refugio de las personas perseguidas por motivos políticos. O bajo la excusa del «terrorismo internacional», poniendo bajo sospecha a colectivos étnicos y religiosos. O...
Tercer tramo. De igual modo, son ellos y sólo ellos los que con sus políticas operan una nueva imposición jurídica, política y policial a las naciones sin estado que, como la vasca, luchan por su soberanía. Según el derecho de ciudadanía y nacionalidad, base de la soberanía de sus estados-nación, dictaminan de manera unilateral sus políticas y leyes de «inmigración y extranjería». Y al margen de la situación de Euskal Herria, sus herrialdes y pueblos, o de la situación de nuestros pueblos de origen, nos obligan a gestionar vergonzosamente sus consecuencias. Por ejemplo, el enfrentamiento, como el generado en Iztieta. O la selección racista y sexista y la imposición de cupos de trabajadores «extracomunitarios» según sus intereses de mercado. O con los menores inmigrantes. O las políticas de cooperación. O...
Cuarto tramo. Logrado todo ello, la única dirección posible de esa escalera es que los sujetos sociales asumamos como propias las consecuencias de la caída en el abismo o volver al punto de inicio. Es en la sociedad donde se generan los conflictos racistas y xenófobos, la inseguridad... Por tanto, esos poderes recurren responsables en nuestra ayuda: median entre nosotras, elaboran leyes más restrictivas, mandan más Policía. Y vuelta a empezar.
Por eso, más allá del deterioro social y urbano, de la necesidad del diálogo social y cultural, claro que hay arquitectos que han dado sentido a esta escalera. Tiene nombres. En este caso, el Gobierno de Madrid y su enésima reforma y aplicación regresiva de la legislación y la política de «extranjería» y de refugio. Los gobiernos vascongado y foral y las cuatro diputaciones con la gestión humillante de esas políticas sociales «descentralizadas». Por ello, el problema fundamental, en esta materia al menos, no es que necesiten más o menos presupuesto social para la «integración», no es que gestionen bien o mal los recursos en los centros de menores. El problema es el otro... la escalera que, peldaño a peldaño, están construyendo y que nos muestran como la única que tiene sentido subir. En el caso concreto de Iztieta, como en otros, hemos sido testigos de cuál es el papel de los ayuntamientos. Se ponen a la vanguardia de las consecuencias más tristes de esas políticas. Se reúnen con los aparatos de Interior especializados en «extranjería» para pedir más intervención en los lugares públicos y privados, realizan expulsiones... Y, cómo no, finalmente se ofrecen de «mediadores entre las partes». Su escalera se refuerza con el sentido y la dirección que tramo a tramo han querido darle.
En esa lógica, nos cuesta realmente comprender por qué organizaciones políticas que tienen como guía la construcción justa y soberana de este pueblo se suman a «declaraciones institucionales» y llaman a la calma y a la convivencia, sumándose de facto a esa misma lógica, en vez de situar cuál es la dirección real de esa escalera y quiénes son sus arquitectos. Al igual que con el resto de luchas populares de Euskal Herria, en este ámbito no podemos seguir haciendo una excepción. Necesitamos ser arquitectos de un nuevo plano. Desde Anitzak hacemos un llamamiento a las fuerzas políticas y sociales y a los colectivos migrantes comprometidos a luchar, peldaño a peldaño, por la liberación y construcción social y nacional de este pueblo y por el internacionalismo, para iniciar urgentemente este nuevo tramo de nuestra propia escalera.