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Anjel Ordóñez Periodista

Al borde del abismo, en el principio del fin

Como cada verano, el fuego ha vuelto a primera página. La pasada semana los incendios asolaban amplias extensiones de Araba y Nafarroa, calcinando cosechas y montes, provocando la alarma en numerosos núcleos de población. Finalmente, la fortuna quiso que no hubiese que lamentar daños personales que sí se han producido en otras zonas acosadas por las llamas en los últimos días. Nada más difícil que impedir un fuego. Las elevadas temperaturas y el viento sur convierten cada chispa en un mar de combustión que se desplaza con vida propia y a gran velocidad por los campos y bosques deshidratados en las interminables jornadas del implacable sol estival.

El calor seca, la chispa enciende y el viento propaga (de los pirómanos hablaremos en otra ocasión). Pero hay un cuarto factor tan importante o más que los anteriores en la génesis de los incendios: la preocupante situación por la que atraviesa el agro vasco. Secularmente, agricultores y ganaderos han mantenido en buenas condiciones los campos y montes. Han sido los baserritarras los responsables de poner coto a la maleza, de adecentar los bosques y de mantener un orden, un equilibrio en el que los incendios siempre han existido, pero dentro de los límites de lo soportable e incluso beneficioso. Hoy, las explotaciones agropecuarias no son rentables, empobrecen y hasta esclavizan a quienes se empeñan, por orgullo o convicción, en seguir adelante con ellas. Cada año más, los campos y los montes se abandonan a su suerte, y su suerte casi siempre es aciaga.

El baserritarra es una especie en extinción, y si no lo remediamos, con su final expirará el mundo tal y como lo hemos conocido. Nuestro entorno natural hace tiempo que empezó a desfigurarse, y nuestra alimentación, salvo excepciones, camina inexorable hacia el precipicio del fast-food y la comida de plástico. No basta con responsabilizar a los políticos, que también. No es suficiente con afear la conducta a los intermediarios, a las grandes superficies, que son las que se quedan con el dinero. Hay que adoptar una postura activa de apuesta por consumir nuestros productos. Nos la jugamos, y hay mucho que perder.

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