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Análisis | Ocupación y resistencia en Afganistán

La cruda realidad se impone

 La realidad no casa con las postales. Mientras la estrategia de ocupación fracasa, la resistencia amplía su esfera de influencia y su capacidad operativa. Todo ello unido a una corrupción récord, a la inexistencia de estructuras de gobierno y a unas tasas de pobreza y desempleo escalofriantes.

Txente REKONDO Gabinete Vasco de Análisis Internacional
 
La que los ocupantes presagiaron como una cita electoral «limpia y masiva» se ha celebrado finalmente tras varios retrasos y sus promotores han acabado por conformarse con una foto en algún colegio electoral para pasar la «prueba del algodón». Un burdo intento de mostrar al mundo que su campaña «por la libertad y la democracia» habría tenido éxito en Afganistán.

La estrategia ocupante hace aguas por doquier. Si el motivo oficial de la guerra era «construir un estado democrático al estilo occidental», se ha pasado a contener «como sea» el auge y el peso de la resistencia afgana por todo el país. Junto a ello, el coste económico y en vidas humanas no deja de crecer. La población civil afgana sigue siendo la que más sufre la brutal campaña de la coalición extranjera. Los bombardeos indiscriminados, los encarcelamientos sin juicio o las constantes presiones sobre la población civil siguen alimentando el rechazo de la mayoría de afganos hacia las tropas ocupantes.

Ante esa realidad, los ocupantes han puesto en marcha «una nueva estrategia» dirigida por Washington, y que centra su foco de atención en Afganistán y Pakistán, al tiempo que se ha nombrado a un nuevo comandante del ISAF. La nueva apuesta pasa por seguir con las operaciones militares contra los talibán y otros grupos de la resistencia afgana, al tiempo que se incide en buscar medidas para «ganarse a la población local», prometiéndole más seguridad y de una buena administración. También se alude a la necesidad de un mayor número de efectivos militares y a continuar con el combate contra las plantaciones de opio.

Más allá de esas intenciones -«muchas palabras pero pocos hechos»-, en crecientes declaraciones se deja entrever un importante grado de pesimismo. Si para la administración de Obama, Afganistán ocupa en estos momentos el centro de su estrategia internacional (más tropas y recursos económicos), lo cierto es que los ocupantes cada vez tienen menos idea de cómo materializar sus objetivos. Incluso en documentos oficiales británicos se afirma que «la misión militar en Afganistán ha fracasado a la hora de lograr lo prometido, y el coste entre las tropas sigue aumentando».

En esa línea se ha manifestado también Richard Holbrooke, enviado especial estadounidenses para AfPak, que ha reconocido que la «política occidental contra las plantaciones de opio ha fracasado. No ha dañado a los talibán y han colocado a los cultivadores junto a éstos y contra nuestras fuerzas».

La resistencia, por su parte, ha logrado importantes avances en los últimos meses. En opinión de un prestigioso analista, «es muy peligroso menospreciar al adversario, y es necesario que se tomen en serio a la resistencia afgana». Los talibán y otros grupos resistentes han logrado consolidar su presencia y poder en el sur y este del país, han ido abriendo nuevos frentes en le norte, y siguen aumentando la presión sobre las grandes ciudades como Kabul, Ghazni o Kandahar, donde el nivel de presencia e infiltración es cada día más alto, como muestran los recientes ataques en el corazón de la capital contra el cuartel de la OTAN o el palacio presidencial, así como la toma de la capital provincial en Logar.

La diversidad de la resistencia suele confundir a algunos observadores, que formulan planteamientos erróneos sobre la realidad de la rebelión. Si la columna central está compuesta por los talibán, hay otros grupos como Hezb-i-islami que han logrado agrupar a miembros de etnias no pashtunes. También la existencia de diferentes comandantes se interpreta como fuente de divergencias internas, cuando obedece a una estrategia medida, con un mando centralizado pero flexible y diverso para adaptarse a los contextos locales.

A esa estrategia cohesionada habría que añadir una importante red de comunicaciones e inteligencia por todo el país, el uso de nuevas tecnologías (modernas y sofisticadas) que permiten desarrollar una eficaz propaganda. La materialización de un gobierno paralelo en las zonas y regiones controladas por la resistencia, sustentado en dos pilares: dotar de seguridad y justicia a la población, junto a saber explotar los errores de los ocupantes y haber aprendido de sus propios fallos en el pasado (en lugar de buscar enfrentamientos abiertos en situaciones desfavorables, utilizan técnicas tradicionales de la guerra de guerrillas), son otros factores que operan en favor del movimiento contra la ocupación de Afganistán.

Las fuerzas de ocupación en Afganistán han pasado de «ser invitados (mehman) a ser percibidos como enemigos (dushman). La percepción de los extranjeros como «una clase aparte» que apenas tiene trato directo con la mayor parte de la población, y que mantiene un estilo de vida alejado del que tienen que soportar los locales; las «victimas colaterales» de miles de civiles tras las operaciones militares de los ocupantes; o el negocio en torno a los llamados fondos de ayuda internacional que van a a parar a las élites afganas o a ciudadanos y empresas extranjeras, son otras claves que aumentan el rechazo popular ante los ocupantes.

Los grupos de la resistencia han venido mostrando este verano un importante salto cualitativo en su organización y en su accionar militar. Los mayores niveles de coordinación y la capacidad operativa se han manifestado estos días. La cita electoral en ese contexto, con el llamamiento al boicot por parte de esos grupos, que ha hecho que muchos colegios electorales no hayan abierto sus puertas, o que los refugiados afganos en Irán y Pakistán no hayan podido participar en estas elecciones presidenciales, se presenta cuando menos con un importante déficit de cara a su propia legitimación.

Si tras el recuento de los votos el vencedor es Hamid Karzai, «el alcalde de Kabul» como le bautiza irónicamente su propia población, y que hasta hace unos meses parecía el candidato menos malo para EEUU (tal vez porque no había logrado otro); o el tecnócrata Ashraf Ghani, que podría acabar uniendo sus fuerzas al propio Karzai si se necesitara una segunda vuelta, algo que tampoco ve con malos ojos Washington; o incluso si Abdullah Abdullah logra disputarle al actual presidente una segunda vuelta electoral, algo que entra en los planes también de la administración de Obama; el teatro afgano seguirá sumido en la violencia generada por la ocupación desde hace varios años.

 

irregularidades

La oposición ha interpuesto decenas de denuncias de irregularidades como el voto por parte de menores, personas que votaron varias veces o colegios electorales sin control alguno.

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