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Txisko Fernández Periodista

Democracia no es sinónimo de idiocracia

Hace mucho tiempo que se hizo evidente que, si se rasca sólo un poco la superficie formal de los regímenes occidentales, la democracia ofrece una imagen que poco, muy poco, tiene que ver con esa romántica etimología que suele definirla como «el poder del pueblo». Por su parte, la idiocracia, que fácilmente puede traducirse por «el poder de los idiotas», todavía no está registrada en los diccionarios académicos, aunque ya cuenta con un hueco en la historia del cine gracias a Mike Judge («Idiocracy», 2006), el creador de las series de animación «Beavis and Butt-head» y «King of the hill» (El rey de la colina) y de la película «Office Space». En su comedia, Judge presenta un mundo futuro en el que la idiotez es el elemento que caracteriza al conjunto de la sociedad humana, por lo que una pareja de «inteligencia normal» llegada del pasado se percata fácilmente de que EEUU está gobernado por unos políticos estúpidos.

Dejando de lado los viajes en el tiempo y mirando a nuestro alrededor más cercano, cabe preguntarse si lo que está pasando en nuestros días es la sencilla consecuencia de que quienes ejercen el poder padecen de idiocia, de una idiotez adquirida por el aprendizaje de unos comportamientos políticos que nada tienen que ver con la inteligencia, sino con la replicación de unos estereotipos que parten de la base de que lo que piensa la mayoría de las personas «normales» es pura utopía y que ellos tienen que limitarse a cumplir «lo razonable»; es decir, que el pueblo es iluso -entendido como sinónimo de idiota- y ellos son tan inteligentes que van eternizándose en el poder sin que nadie se atreva a poner en evidencia su estupidez como primer paso para derrocarles.

Si sucediera lo contrario, si el pueblo consiguiera gobernar y lo hiciera de forma razonable -no hay antecedentes históricos que auguren lo contrario-, nuestro entorno más cercano y el mundo en su globalidad funcionarían mucho mejor. Eso sí, una cuadrilla de idiotas intentaría que, de nuevo, se confundiera la idiocracia con la democracia. Pero correr ese riesgo no es una estupidez.

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