Emir Kusturica contó algo parecido en «Papá está en viaje de negocios», pero el contexto brasileño es tan diferente que lo transforma todo en la redonda ópera prima de Cao Hamburger. Este nuevo cineasta, respaldado por Fernando Meirelles, destaca por su tacto especial para describir la niñez, seguramente adquirido durante su formación en programas infantiles de la televisión inglesa. Siempre están los críticos que le piden mayor riesgo al debutante, o que le recriminan el supuestamente fácil recurso de contar la tragedia histórica de su país a través de los ojos inocentes de un niño. Y a mi, en cambio, se me antoja de una honestidad palmaria, puesto que si te ha tocado vivir la dictadura en tus primeros años de vida, tus recuerdos de la misma están condicionados por la dura experiencia, así que no valen análisis sesudos o falsos disfraces adultos para liberar los sentimientos reprimidos durante ese opresivo pasado.

Ser hijo de represaliados marca, porque equivale a crecer lleno de temores inexplicables dentro de la capacidad de comprensión de un menor. La sensación de abandono que sufre el pequeño protagonista, que pasa los días pegado al teléfono, esperando noticias de unos padres obligados a vivir en la clandestinidad, produce angustia y grandes dosis de identificación con las víctimas de periodos en los que las ilusiones han sido secuestradas por regimenes militares. Y al profundo dolor de la ruptura familiar se añade para nuestro aspirante a portero de fútbol el problema del aislamiento social, puesto que Brasil entero está celebrando el tercer campeonato mundial ganado en México en 1970, y al crío le gustaría celebrarlo también, pero hay algo muy intimo que se lo impide. Al carecer de libertad la victoria colectiva se convierte en una derrota de puertas a dentro. El reencuentro con la madre, que regresa sin el padre, y la posterior despedida de Sao Paulo son muy tristes, pero en el retrovisor queda grabada la imagen de muchas caras amigas del barrio de Bom Retiro.