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Que silben las balas

«Enemigos públicos»

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Koldo LANDALUZE

Son muchos los comentarios que pretenden paliar la grandeza de este filme utilizando el arquetipo de la “objetividad” mal entendida. Se subraya la maestría técnica del cineasta Michael Mann, pero se cargan las tintas contra el personaje histórico de Dillinger. Al parecer, a muchos espectadores, críticos y bloggers no les parece adecuada la idea de que el villano de la función sea el héroe. Tampoco Mann pretende colocar a John Dillinger entre la corte beata de héroes que siempre nutre la dualidad inexistente entre el bien y el mal. Al parecer, son muchos los que han olvidado la verdadera raíz de un género, el negro, que nació de las crónicas reales de una sociedad azotada por la corrupción policial y política que dictó el capricho de los malos verdaderos: los grandes magnates y, sobre todo, los banqueros. En resumen, Dillinger fue hijo de su tiempo y como tal se decantó por un modelo de vida al límite.

Dejando a un lado la imagen lírica y fordiana que John Milius nos legó en su magistral “Dillinger”, Mann ha optado por dar al respetable lo que mejor sabe hacer y ha concentrado todos sus esfuerzos en crear un espectáculo de acción completo. Confieso que tenía “mono” de un atraco y un tiroteo al estilo Mann. Hoy en día nadie rueda coreografías tan contundentes como las filmadas por el autor de “Collateral” y, por ese motivo, es un auténtico disfrute sumergirse en ese vendaval de cargadores vacíos, sangre y abrigos largos que nos sacude desde la pantalla cada vez que el gángster entra en un banco y, en la calle, ronronean los motores de aquellos coches irrepetibles.
Más allá de su excesiva linealidad narrativa y la omnipresencia de un comedido Johnny Depp, destaca la sorprendente frescura que le otorgan al cineasta unas técnicas digitales muy bien ensambladas dentro de una puesta en escena puntillista habitada por secundarios excelentes.

Al igual que en su referencia “Heat”, Michael Mann opta por la contundencia de un cara a cara entre personajes antagónicos. A Johnny Depp y Christian Bale les corresponde dar sentido a una cacería implacable dictada por uno de los personajes más siniestros y despreciables de la política policial norteamericana, el gran villano J. Edgar Hoover.

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