Mertxe AIZPURUA | Periodista
En este lado del espejo
Los baños de realidad a la vuelta de vacaciones son siempre chapuzones en aguas gélidas. Y más en unas latitudes que en otras. Regresas a tu sitio en el mundo y la calle que dejaste hace unas semanas parece haberse convertido en el otro lado del espejo de Alicia. Así, a botepronto, es difícil saber si has caído en el país de los vascos o en un mal remedo de los túneles oscuros de la más férrea de las tiranías. No hay pelea más complicada que la que se establece contra lo absurdo y, de hecho, aquí y ahora, no habría habido plaza que acogiera el andar pausado de las Madres de la Plaza de Mayo, aquéllas a las que, sin embargo, la cruel dictadura argentina sí soportó. Aquí y ahora, como en el otro lado del espejo, hay personajes de papel y cristal, sombrereros que rescatan del túnel del tiempo estremecedoras frases como «la calle es nuestra» y, prohibidos como están los personajes de carne y hueso, cabezudos de cartón que se humanizan en el momento del inicio de la fiesta. Los soldados de la reina de corazones trituran fotografías y un conejo blanco busca y no encuentra el artículo 19 de la declaración Universal de los Derechos Humanos. El regreso es un paseo incomprensible.
En nombre de la democracia se impone una única posibilidad de vivir en este lado del espejo, si es que se puede sobrevivir en él. Una única posibilidad de habitar como rehenes de un sistema que decide por todos. A la dictadura de la palabra única se ha unido la de la imagen única. Todo está lleno de cascotes y uniforme realidad. De hecho, no recuerdo un verano tan real desde hace mucho tiempo. “Dejemos el pesimismo para tiempos mejores”, dicen que rezaba una pintada en un muro de Latinoamérica. No es mala frase para estos tiempos en que estallan todos los espejos.