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Francisco Larrauri Psicólogo

La Tortura de la CIA y el Mediterráneo

Hoy se revela la inutilidad de la tortura en todas las latitudes. La CIA no puede imponer el orden en Afganistán, existiendo también con Obama el riesgo de otro Vietnam, y ni el independentismo ni su lucha cejan con la tortura y el encarcelamiento masivo

Ante la barbarie de la tortura nadie socialmente y mentalmente sano puede quedarse objetivamente en silencio, y algunas organizaciones civiles americanas se están preguntando estos meses quién ha hecho posible la tortura en América durante la presidencia de Bush. Los comités pro-derechos humanos han publicado una investigación con una lista de trece cargos gubernamentales a quienes se atribuye por activa la responsabilidad de tal aberración; además los ejecutores últimos, fueran funcionarios o contratados, tampoco se escapan a la investigación, y debido a la culpabilidad y a los síntomas que les acarrea tal práctica, expertos torturadores han decidido, para reunificar realmente su persona y su sombra, explicar su experiencia y quién era quién en su trabajo. Se percatan entonces, cuando libremente se reconoce la culpabilidad, unas veces aconsejados legalmente y otras psicológicamente, de que algo puede hacerse para sentirse menos culpable.

Esta importante investigación contra la tortura, sobre quién autorizó, quién implementó los planes y, lo que es más importante, quién mandó justificar esta práctica o amordazar los medios, se puede convertir en premonitorio de lo que puede ocurrir en cualquier país terminada una hegemonía política. Podríamos decir, en términos psicológicos, que estamos ante unas pesquisas que tienen un mañana internacional.

Los instigadores de la tortura que suenan a ese lado del Atlántico son: el vicepresidente Dick Cheney (2001-2009), el secretario de Defensa Donald Rumsfeld (2001-2006), la secretaria de Estado, Condoleezza Rice (2005-2008), el director de la CIA, George Tenet (1997-2004) y Alberto González, fiscal general de 2005 a 2008. En el número trece aparece el amigo de Aznar, George Bush, presidente de los EEUU de 2001 a 2009. Los siete restantes no por resultarnos más desconocidos han tenido un rol menos importante, pues eran diputados, consultores o asesores con contactos obligados en las disciplinas implicadas en la tortura.

La primera conclusión que se extrae al leer la lista de los trece del patíbulo es que aquellos nombramientos, el de la negra Condoleezza y del hispano González, no significaron una enorme victoria de los negros e hispanos en su larga lucha contra la discriminación racial y por la conquista de derechos de igualdad en la sociedad norteamericana, por que los fundamentos de la filosofía política del gobierno en el que se integraron desvalijó la dignidad que les daba el color de su piel. La segunda conclusión es que con el grado de colaboración civil imprescindible de psicólogos, médicos, y juristas, y la postura estoica que han adoptado sus organizaciones profesionales, ahora se pide en los medios, como garantía de que la sociedad camina hacia a un futuro sin tortura, que a la «banda de los trece» se le de la oportunidad de defenderse en un juicio justo, aunque parezca contradictorio juzgar por tortura -con numerosos incidentes de tortura que han acabado en asesinatos- a quienes son auténticos criminales de guerra que se han blindado a la corte internacional penal. Pero si la justicia americana se atreve a condenar al ejecutor, ¿por qué no a quien se lo ha ordenado?

Y en la aldea global en que vivimos vemos una coincidencia en el tiempo muy curiosa. En plena campaña de denuncias y fotos de tortura, la Comisión Europea inicia un proyecto mundial (2003-2007) de lucha contra la tortura de 11,6 millones de euros, pero los nombres de los países a los que van destinados los fondos para luchar contra la tortura -la diplomacia se impone- quedan difuminados en la sombra de la zona geográfica de Europa del Este, Balcanes y Mediterráneo. Hay que recordar que los informes de Naciones Unidas y de Torturaren Aurkako Taldea (TAT) han reportado espeluznantes casos que se han plasmado en un dossier irrefutable y que proveen los fundamentos para la persecución de los autores. En Euskal Herria la tortura, como entidad peculiar, siempre deja señales, sólo hay que tener voluntad de observador y exigir que la mentira no seduzca. Todo lo demás es prevaricación.

Pero hay otra coincidencia. Tanto la CIA como las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Mediterráneo occidental -recuerdo que Euskal Herria está bañada por el Atlántico- han practicado y practican la tortura para castigar y justificarse, los primeros contra el eje del mal y los segundos contra el independentismo en todas sus formas; pero hoy se revela la inutilidad de la tortura en todas las latitudes. La CIA no puede imponer el orden en Afganistán, existiendo también con Obama el riesgo de otro Vietnam, y ni el independentismo ni su lucha cejan con la tortura y el encarcelamiento masivo. Nixon quiso engañar a la justicia cuando afirmó que si un presidente lo hace, eso significa que no es ilegal, pero los fiscales en América no se lo han creído y siguen investigando la obra de Bush y los incondicionales apoyos a la CIA, porque los crímenes de lesa humanidad no prescriben.

Por el Mediterráneo, aunque exijan el incondicional apoyo a las FSE y el ministro de turno diga «magnifica operación» ante la detención y tortura que acaba con los detenidos vascos en la UCI, pronto visionaremos a Jesús y los doce discípulos. La democracia es el mejor punto de salida para investigar, y es que ningún sistema político mejora cuando la represión política queda sin denuncia y castigo.

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