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Análisis | Las claves del nuevo curso político (III)

La derecha maniobra para atar al PSOE en Madrid, Gasteiz e Iruñea

A Rajoy no le importa siquiera pagar un peaje en sus expectativas de gobierno con su aval incondicional a Rubalcaba. Y otro tanto ocurre en Lakua con López y Ares. En Nafarroa, la jugada pactada en Ferraz en 2007 ha estabilizado aún más el marco, y
sólo una decidida acción abertzale, siempre pendiente, puede provocar movimientos de
consideración

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Iñaki IRIONDO- Ramón SOLA- Iñaki ALTUNA Corresponsales políticos

La derecha españolista afronta el curso con las mismas claves del anterior. Tras el proceso de negociación en el que se echó a la calle, su estrategia actual consiste más bien en dar un «abrazo del oso» al PSOE para mantener el «statu quo» en Euskal Herria. La apuesta tiene sus riesgos, porque quien gobierna en Madrid y Lakua no es ella.

Al PP aún parece durarle el susto del frustrado proceso de negociación entre 2005 y 2007. La perspectiva de una solución política hizo que las huestes de Mariano Rajoy, María San Gil y Miguel Sanz se echaran a la calle con alarma. La manifestación de Iruñea de marzo de 2007 fue su último gran aldabonazo. Es posible que los sectores dirigentes del PSOE sintieran que se habían quitado un peso de encima con el final de aquel proceso, pero lo seguro es que en las sedes del PP y UPN sí que se escucharon suspiros de alivio.

Han pasado más de dos años de aquello, y el PP y UPN han recolocado todas sus piezas. Ya no toca acogotar al PSOE, sino mimarlo. Todo ello con un mismo objetivo de fondo: mantener el bloqueo al debate político pendiente en Euskal Herria.

Con este horizonte, en el pasado curso la derecha españolista realizó dos movimientos de gran calado político en Euskal Herria. En Gasteiz, el PP de Antonio Basagoiti impulsó con decisión la llegada a Ajuria Enea de Patxi López. Y en Iruñea, la UPN de Miguel Sanz decidió finiquitar el pacto escrito con el PP. En una primera lectura podrían parecer decisiones contradictorias, pero ambas van en la misma línea: estrechar la unidad de acción con el PSOE.

Sin embargo, parece evidente que la apuesta tiene sus riesgos, aunque Mariano Rajoy, Antonio Basagoiti y Miguel Sanz eviten verbalizarlos. Y es que quien en realidad tiene la sartén por el mango es el PSOE, que ostenta los gobiernos de Madrid y de Lakua y que pudo -y no quiso- hacerse también con el de Iruñea. Por eso, en este curso el interés se centra en ver cómo terminan de ajustar los cambios introducidos en los pasados meses. Y habrá que ver si desde la parte abertzale hay movimientos que puedan quebrar esa entente.

De momento, en Madrid Mariano Rajoy afirma sentirse muy tranquilo, y tiene motivos para ello viendo el modo en que el Gobierno del PSOE ha asumido estrategias como la del «todo es ETA» o la expulsión del PNV de Lakua, teorizadas bajo el mandato de José María Aznar.

En los últimos meses, sólo en alguna ocasión puntual el PP se ha mostrado receloso ante el PSOE. Jaime Mayor Oreja, en ocasiones certero en sus análisis pero muchas más veces acuciado por sus propias paranoias, se ha quedado como la única voz que insiste en alertar de que José Luis Rodríguez Zapatero no es de fiar. Tras los atentados de Burgos y Mallorca, afirmó que ETA «pretende una segunda negociación» y alertó de que «bastan dos gestos, por pequeños que sean, para que se produzca una narcotización colectiva». Inmediatamente, el Gobierno Zapatero endureció su discurso hasta el extremo: el ministro de Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, insistió en que no habrá tal negociación y amenazó con que la izquierda abertzale no será legalizada en ningún escenario.

Vistas declaraciones como éstas y hechos como el agravamiento del apartheid político, al PP no le queda más opción que jalear a Rubalcaba y Zapatero como si fueran dos de los suyos. A Rajoy no le importa siquiera pagar un peaje en sus expectativas de llegar a La Moncloa. El aval incondicional del PP y de su poderoso coro mediático a su línea de acción en Euskal Herria ayuda a que Rubalcaba siga apareciendo como uno de los políticos mejor valorados por la opinión pública española pese a hechos objetivos como la incapacidad de detener la campaña de atentados en Mallorca, a unos kilómetros de la residencia veraniega de la Casa Real, que en otros lares seguramente le habrían costado el puesto. El Ministerio de Rubacalba al que el PP perdona esta ineficacia es el mismo al que Dolores de Cospedal sí acusa duramente por otras cuestiones, incluida una tan grave como usar a la Policía para espiarles. A la vista está también la acritud con que Rajoy se despacha con Zapatero en cuestiones como la crisis económica o la política internacional.

Pero en el tablero de Euskal Herria todo es diferente. Rajoy ha escuchado a Zapatero y Rubalcaba aseverar que no volverán a intentarlo, de modo que ya ni siquiera insiste en exigir que se revoque la resolución del Congreso para el diálogo con ETA, como hizo de modo muy tenaz tras el último proceso de negociación.

Así las cosas, parece claro que hacer saltar este «búnker» requiere iniciativas diferentes a las utilizadas hasta ahora para abrir los diálogos de Argel, de 1999 -con el PP- y de 2005-2007. Otra vez conviene volver a Mayor Oreja, que siempre se pone la venda antes que la herida: «Si se producen estos dos gestos pequeños, ¡ya veremos si tenemos capacidad de denunciar el engaño!», ha dicho. Tanto el PP como el PSOE son conscientes, entre otras cosas, de que las soluciones dialogadas ganan peso en el ámbito internacional tras el relevo de Bush por Obama, que el de Euskal Herria se ha quedado enquistado como el único conflicto armado de toda Europa Occidental y que los mediadores siguen atentos.

Como ocurre con Zapatero y Rubalcaba, el aval del PP está contribuyendo a engrandecer artificialmente las figuras de Patxi López y Rodolfo Ares. No hay más que observar el monotema del verano para comprobarlo. Para cualquier ciudadano vasco es una evidencia a estas alturas que este año se han visto en las calles más muestras de respaldo a los presos políticos vascos que nunca, como reacción previsible al violento afán gubernamental en suprimirlas. El PP también sabe que esa campaña ha sido un fracaso, pero está atrapado en su propia trampa tras proponer esta medida imposible. Y quien se lleva los réditos ante la opinión pública española no es Basagoiti, sino López. Este curso se verá si el PP aguanta ese ingrato papel de engordar al PSOE o si pierde la paciencia. De momento, en ``El Mundo'' ya son más las noticias que alertan de que aparecen más fotos de presos que las que aplauden a la Ertzaintza por retirarlas. La realidad termina imponiéndose a la propaganda.

Si en el terreno de la represión el PP se ha quedado en un papel incómodo, otro tanto ocurre con el panorama general de la gobernabilidad en Gasteiz. En los prolegómenos del debate presupuestario, por ejemplo, ha sonado más fuerte la réplica de la portavoz del Gobierno López, Idoia Mendia, que el primer envite de Basagoiti. El PSOE tiene todas las de ganar, porque en la otra puerta siempre estará el PNV con ofertas de acuerdos económicos de todos los colores, como ya ha quedado claro en este inicio de legislatura. Y con el plus añadido de que Iñigo Urkullu y Josu Erkoreka ofrecen a Zapatero un pacto extensible a Madrid que le alivie de sus penurias aritméticas en el Congreso de los Diputados. Evidentemente, no es nada probable que el Gobierno de López se apoye en el PNV a las primeras de cambio, pero la consecuencia es que con este escenario el PP no tiene mucha capacidad de poner en valor sus votos.

En resumen, pese a que desde el PNV se insista en que el PSOE está agarrado por el PP, los hechos muestran que es más bien al contrario. Tomada la decisión de sentar a Patxi López en Ajuria Enea, a Basagoiti no le queda más opción que apuntalarlo si no quiere tirar piedras contra su propio tejado. Otra cosa es que en los primeros meses a su coro mediático se le haya ido la mano, y que parece lógico pensar que las loas gratuitas a López se irán desinflando poco a poco.

Nafarroa es el único punto en que la derecha españolista sí tiene la gestión del poder. Pero Miguel Sanz se muestra generoso, tanto que acaba de afirmar que no le importaría que el PSN gobierne en la próxima legislatura. No se trata de una reflexión de cara a la galería, sino de una verdad patente en la actuación de Sanz. El presidente navarro no quiere despedirse de la política (éste será su penúltimo curso) sin haber dejado plenamente apuntalada la entente con el PSOE que bloquea cualquier cambio de fondo en Nafarroa desde 1977. Y para eso, lógicamente, no se fue a hablar con la dirección títere del Paseo de Sarasate, sino con Ferraz. Del acuerdo que llevó a la reelección de Sanz también han pasado dos años, que brindan una distancia suficiente como para apreciar qué se pactó: el PSN mantendría a UPN en el poder, pero eso no debía suponer un reforzamiento de la derecha porque Sanz rompería con el PP.

Había un riesgo: que la división provocara una fractura real en la derecha. Ya va quedando claro que no. UPN declinó estar en las europeas para dejar vía libre al PP. Y éste se lleva en Nafarroa una tajada pequeña que no altera la hegemonía de UPN.

El objetivo es estabilizar aún más el marco. Y sólo una decidida acción abertzale, siempre pendiente, puede provocar movimientos de consideración.

Pendientes de los casos de corrupción

Aunque los casos no tengan ramificaciones en Euskal Herria y las pasadas elecciones europeas sugirieran que el electorado de la derecha es inmune a las denuncias de corrupción, no conviene olvidar que nada menos que el tesorero del PP se ha visto envuelto en las investigaciones judiciales que pueden llevar a interesantes conclusiones sobre la financiación irregular del partido de Mariano Rajoy. El PP pretende hacerlo pasar todo por una conspiración del Gobierno del PSOE, pero las evidencias son cada día mayores y sus consecuencias pueden derivar en una agudización de la guerra interna de familias, con los consiguientes ajustes de cuentas.

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