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Aitor Ortiz de Zárate Presidente de la Junta Administrativa de Martioda (Araba)

El efecto bonsái

Ayer, 14 de septiembre, en Olarizu, los concejales del consistorio gasteiztarra recorrieron los mojones del municipio en una de las pocas ocasiones que se acuerdan que fuera de la polis existimos pueblos anexos a sus murallas. Espero que en el recorrido que hicieron nuestros ilustres políticos visualizaran los problemas reales que tenemos los pueblos y sus gentes; con los mismos derechos que la gente de la city, sí, pero en la actualidad sin ellos. Espero que no visualizasen el territorio como un inmenso suelo, no tierra, en el que especular y realmente visualizasen las diversas vicisitudes por las que han de pasar las gentes del agro alavés. Espero que por fin alguno de nuestros políticos se concienciase y percibiese un sector productivo más, estratégico y fundamental, comprometido con la sostenibilidad, etc... como lo es en economías más avanzadas que la nuestra.

El mundo rural en general, y la actividad agro ganadera en particular, está en estos últimos decenios padeciendo lo que denomino «efecto bonsái». Creo firmemente que el mundo rural es un árbol con vida propia: la raíz, la madre tierra; el tronco, la actividad primaria; las ramas, la diversificación de actividades ligadas a la tierra, (no al suelo, que es nuestro cáncer).

Sucede que a este árbol que por sí y en sí mismo tiene vida y capacidad de desarrollarse, crecer, florecer y aportar una visión distinta a la sociedad en general, no se le deja ser y además, como a los bonsáis, se le van cercando las iniciativas endógenas, las que es capaz de generar. Nuestro hermoso árbol se está transformando en un folclórico bonsái, que adorna un jardín de cemento y asfalto. Hay tres causas que cercan nuestro pleno desarrollo:

1- La raíz. La tierra no es tierra, es un bien material que se puede destruir con la mayor impunidad, sacrificada en el altar del progreso y del desarrollo. En este contexto, la actividad agraria está condenada, pues no puede materialmente competir con un dinero especulativo fuera de nuestro alcance.

2- El tronco. No hay actividad sin raíz y no hay un mundo rural con identidad propia sin actividad agraria. Ahí surge el primer mal, que no el único. Y es que hay personas que desde el propio sector contribuyen a empeorar la sanidad del sujeto, con técnicas agresivas, destruyendo posibles retoños, ahogándolos, pensando que todo se reduce al tan necesario dinero, y dejan al margen ideas de solidaridad, de interrelación y de que no todo vale.

3- Las ramas. No todas ellas provienen del entronque en el que se fijaron. Este árbol soporta ramas bastardas, exógenas, implantadas artificialmente con un claro sentido: frenarnos y evitar nuestro propio desarrollo con campos de golf, de hípica, circuitos de motos, de coches, urbanizaciones sin sentido ni entronque racional, ni sostenible, ni sustentable; ampliaciones de infraestructuras altamente deficitarias como es el caso del aeropuerto; sociedades privadas con capital público para un supuesto desarrollo rural, etc...

Aún y con todo, tenemos la suficiente masa social y el necesario buen criterio para presentar batalla, defender con dignidad nuestra identidad y revindicar con orgullo lo que somos, lo que representamos y que un mundo sin nosotros sería otra cosa.

Los bonsáis adornan. Los árboles dan sombra y aportan vida. A todos.

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