CRíTICA cine
«Frozen River» Víctimas del sistema
Koldo LANDALUZE
Ha merecido la pena la larga espera del estreno de este filme que saca a relucir lo mejor del cada vez más confuso cine independiente y que pudo ser visionado en la pasada edición de Zinemaldia porque son muy contadas las ocasiones en las que podemos disfrutar con un trabajo resuelto con tanta pericia. En este su debut en el largometraje, la cineasta Courtney Hunt demuestra un pulso envidiable a la hora de mover los engranajes dramáticos que dan sentido a este excelente retrato humano y social que nos acerca a la trastienda de una crisis global que, a pesar de los titulares engañosos, está afectando sobremanera a los habitantes del llamado Primer Mundo.
La apuesta de esta película es clara a la hora de narrar el recorrido de una mujer que, ante la incapacidad de poderse pagar el alquiler de su piso –debido a la ludopatía de su compañero– se verá en la obligación de aceptar pasar a trabajadores clandestinos por la frontera helada del río San Lorenzo que divide el estado de Nueva York y Quebec.
Tras este punto de partida en el que la protagonista está abocada a asumir una decisión extrema, la trama se convierte en un viaje que se tornará en iniciático en cuanto el personaje central tropiece con una india mohawk. A partir de esta secuencia, nace una crónica de amistad rodada con mucha sensibilidad y que en momento alguno elude la cruda realidad de un pueblo –el mohawk– que debe sobrevivir gracias al contrabando. Este acercamiento a un modelo de vida extremo, permite al espectador ser partícipe de los males y el olvido que padecen las etnias minoritarias que deben mantenerse con los restos de una sociedad consumista abocada a su propia autodestrucción.
La buena química de la pareja protagonista y un discurso visual que saca todo el partido posible a una escenografía agreste, conforman las bases de este hermoso canto a la amistad y la solidaridad, algo muy caro de ver en estos días de crisis e individualismo colectivo.