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Floren AOIZ I www.elomendia.com

Vacunas y virus independentistas

Epaltza, fiscal y juez a la vez, dicta una sentencia que parece condenar a ETA pero que en realidad lo absuelve a él y a todos aquellos que no se atreverían jamás a provocar el enfado de los guardianes de la sacrosanta unidad española

La celebración de la consulta de Arenys de Munt ha motivado una polémica a múltiples bandas en la que, como cabía esperar, se ha hablado de Euskal Herria. Hay quien, echándole bastante cara, ha comparado esta consulta con la de Ibarretxe, esa que sus promotores nunca tomaron en serio y que no contemplaba la opción de la independencia. Otros han subrayado la oposición del Estado español si bien la reacción gubernamental habría sido diferente si -por ejemplo- el Ayuntamiento de Leitza hubiera convocado una consulta sobre la independencia de nuestro país. Y los que impiden que cualquier pueblo celebre una consulta sobre el Tren de Alta Velocidad han hecho alarde de su hipocresía levantando la bandera de la participación popular. Todo es más bonito cuando ocurre en Arenys de Munt, donde no hay ETA.

Es innegable que estas «argumentaciones» son muy útiles para encubrir cobardías y vender gato por liebre en el mercado político vasco. A juzgar por lo que oímos un día sí y otro también, sin ETA este país estaría lleno de independentistas dispuestos a plantar cara al estado español. En los tiempos de Lizarra-Garazi o el último alto el fuego de ETA buscamos en vano ese ardor del que tanto alardean, pero sólo encontramos auténtico pánico ante el paso de las palabras a los hechos.

Algunos ilegalizan partidos y encarcelan a gente por presentarse a las elecciones mientras exigen a ETA que abandone la lucha armada para que la izquierda abertzale haga «política» (¿qué ha hecho hasta ahora, punto de cruz?). Otros aseguran que es la lucha armada la que impide la construcción de la nación vasca, aunque ellos han caminado en la dirección contraria a lo largo de los últimos 30 años.

Hace unos días leía un artículo del siempre genial Aingeru Epaltza. Según él, «no está mal soñar», pero hay «bastantes parcelas a las que dedicar mejor nuestros esfuerzos, desde la cultura a la labor en pro de los más desfavorecidos». Y añadía: «Es probable que nuestros hijos vean una Escocia independiente o incluso un estado catalán (sin Valencia ni Baleares), entes todos ellos que quizás hagan más felices a sus habitantes. Aquí no. Aquí ETA ha vacunado a este país para el independentismo, y eso puede durar generaciones».

Hay que reconocer la capacidad de Epaltza para la síntesis del abanico de tópicos del discurso autocomplaciente de los pusilánimes. Pocos expresan con su mala baba la obsesión por pasar a ETA la factura de sus propias miserias. Epaltza, fiscal y juez a la vez, dicta una sentencia que parece condenar a ETA pero que en realidad lo absuelve a él y a todos aquellos que no se atreverían jamás a provocar el enfado de los guardianes de la sacrosanta unidad española.

Así se construyen los discursos que encubren el miedo a enfrentarse con el nacionalismo español. Epaltza tiene todo el derecho del mundo a criticar a ETA, a rechazar la lucha armada u opinar sobre la estrategia de la izquierda abertzale. El mismo derecho que tenemos los demás de felicitarnos del fracaso de quienes, como él, no han sido capaces de vacunar a nuestra sociedad contra el virus del independentismo.

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