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ZINEMALDIA

«Das Weisse Band» Los demonios de la carne

Koldo LANDALUZE

La trayectoria de Michael Haneke requería urgentemente de un parón reflexivo. Sus últimas propuestas le estaban llevando hacia un callejón sin salida, porque su discurso extremo sonaba ya repetitivo y su artificiosa provocación temático-visual pretendía ocultar sus carencias mediante un envoltorio autoril de muy dudoso gusto. Al contrario de otros autores extremos como Lars Von Trier, el firmante de “La pianista” ha sosegado su declaración de principios en beneficio de una obra en la que conviven a la perfección sus tormentosas inquietudes argumentales y un tratamiento visual muy accesible para el público. Al contrario de sus filmes anteriores, en “Das Weisse Band” se priorizan las emociones y desaparece el dolor físico. De hecho, en esta obra premiada con la Palma de Oro en Cannes y con el Fipresci, al espectador se le impide la visión del castigo físico y la cámara jamás traspasa los sombríos umbrales de la habitación en la que un pastor protestante castiga a sus hijos con una vara.

Rodada en un oportuno blanco y negro, esta película centra toda su fuerza en la insalubre espiritualidad que se respira en una pequeña comunidad alemana cuya rutina se ve sacudida por un encadenado de extraños sucesos.  Bien narrada y mejor filmada, esta crónica sombría muestra los demonios que oculta una comunidad campesina que vive a la sombra de su aristocrático terrateniente. Con gran precisión, Haneke completa una radiografía íntima de cada uno de los habitantes de este microcosmo y nos adentra en la intimidad de sus hogares mediante unos diálogos muy explícitos. En este sentido, cabe destacar la fiereza de las palabras que el doctor de la localidad dedica a su amante o la pausada manifestación de repulsa que la baronesa siente hacia su aristocrático marido. Pero, lo que sin duda sobrecoge en este filme son las presencias infantiles. Cual seres fantasmales, son presentados como testigos directos de un modelo de vida construido a golpe de vara y son señalados con bandas blancas que simbolizan la pureza corrupta, castradora y despreciable que subyace en su traumática educación religiosa. 

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