Lola Dueñas y Pablo Pineda deben contar para los premios de interpretación, ya que han conseguido una comunicación extraordinaria, poniendo de manifiesto que, cuando hay sensibilidad, las barreras mentales desaparecen. De Lola ya se sabe que es una mujer extraordinaria, de las pocas que no recurre a doble de cuerpo y no tiene inconveniente en mostrarse ante la cámara tal cual es. Y su compañero de reparto es todo un fenómeno, por su sentido del humor y un discurso ciertamente cautivador. Hay que recordar que ya existen precedentes de actores con síndrome de Down premiados, desde que en 1.996 el belga Pablo Duquenne triunfara en el Festival de Cannes con la película de Jaco Van Dormael «El octavo día». Si me apuran, el bueno de Pablo se lo merece más, y lo digo porque tiene que interactuar con una chica muy atractiva, y no con Daniel Auteuil.

El plantear en la ficción una relación de pareja entre una persona con algún tipo de discapacidad y otra normal, siempre es arriesgado, cuestión de la que los realizadores de «Yo, también» parecen ser muy conscientes. Los debutantes Álvaro Pastor y Antonio Naharro, producidos por Julio Medem, han sido valientes y pudorosos a la vez. Utilizando un símil muy gráfico, es como si se hubieran tirado a la piscina desde el trampolín más alto, pero vestidos. Se atreven a llevar el desafío sentimental hasta sus últimas consecuencias, aunque a costa de evitar cualquier compromiso de índole sexual, es por eso que fallan la escena del sueño erótico y la que, ya casi al final, sugiere que los dos protagonistas se acuestan juntos. Pero me quedo con lo positivo, con la importante aportación que hace la película a una consideración tan elemental como la de que cada persona con síndrome de Down es distinta y única, porque ya va siendo hora de desterrar el tópico de pensar que todos cuantos lo padecen sufren idénticas limitaciones. La medidas proteccionistas han de tener también dicho aspecto bien presente, sin caer en los fríos mecanismos burocráticos.