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El viaje de una bobina

La bobina viaja por todas las salas de la ciudad y se reenvía después a su lugar de origen

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Oihane LARRETXEA

El ritmo de Zinemaldia es tan frenético que incluso las bobinas de las película andan sin parar de un lado para otro a lo largo y ancho del festival. Pedir y traer los filmes a Donostia podría compararse  con la actividad de un videoclub, pero, en este caso, de dimensiones gigantescas.

Las bobinas pertenecen a distintas distribuidoras y son estas grandes empresas las que, mediante los pedidos que reciben, expiden los rollos a cada destinatario. En el caso de Zinemaldia, Moviola se ocupa de localizar desde las múltiples distribuidoras que existen los filmes que la organización del festival ha solicitado. Una vez reunidas, llegan a Donostia.

«Cada película está dividida en varias bobinas, a veces seis, siete u ocho; incluso se han llegado a recibir nueve, en el caso de los filmes de larga duración», explica Joxi Alonso, operador de cabina. «Los charceneros -prosigue- se ocupan de transportar las bobinas en sacas a las diferentes salas de la ciudad y, después, los operadores nos encargamos de unir todos los rollos hasta montar cada película».

Dada la «delicadeza» de la cinta, según explica Alonso, es imprescindible tener mucho cuidado a la hora de encajar el negativo en el proyector. «La película tiene unas capas protectoras llamadas `cola de cabecera' y `cola de final', para evitar tocarla directamente con los dedos. Cualquier rasguño dejaría rastro y, al ver la película en pantalla, quedaría al descubierto el desperfecto causado», aclara.

Al margen de la bobina que alberga el filme, paralelamente -tal como se aprecia en la imagen- se encuentra otra exactamente igual, y es ésta la que «recoge» el negativo que la primera va «soltando». De esta manera, al finalizar la proyección queda unida de nuevo y se evita su manipulación. Incluso dependiendo del tipo de proyector, las bobinas quedan ya rebobinadas y listas para la siguiente sesión, tal y como se hacía con las cintas VHS. Al finalizar la proyección, el mismo rollo se lleva, sucesivamente, al resto de las salas, hasta que visita cada una de ellas.

Al cabo de los tres días aproximados que se queda cada bobina en la capital guipuzcoana, les llega la hora de volver a «casa». Regresan para ello, y pertrechados guantes en mano, los denominados charceneros, quienes, sosteniendo los treinta kilos de cada rollo, cargan la furgoneta hasta el próximo Zinemaldia.

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