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CRíTICA teatro

Daguerrotipo txirene

Carlos GIL

Cómo hemos cambiado! La imagen de Bilo y sus habitantes que da este musical que fue un auténtico acontecimiento hace veinticinco años, parece una foto sacada del recuerdo y coloreada para intentar darle visos de viabilidad contemporánea. Pero la estética, en este caso, ejerce una presión muy fuerte sobre las intenciones, y lo que en el recuerdo teníamos grabado como un acto divertido, cachondo, desmitificador y vindicativo, se nos torna algo totalmente inocuo, como una suerte de cuadros costumbristas para darle una pátina a nuestra historia en donde la amabilidad y el humor a la bilbaina esté por encima de todo. O dicho en palabras del personaje central “La Ría”, espléndidamente interpretado, con muchas más revueltas y retrancas que hace 25 años por Itziar Lazkano: «Garantiza la más conmovedora txotxolez».
Fijando este «daguerrotipo txirene», comprobando como veinticinco años no pasan en balde y algunos temas que entonces levantaban ampollas hoy son gracietas sin apenas sentido, donde se nota realmente la distancia en el tiempo es en el planteamiento estructural y en su estética. La revista, el musical cabaretero a la española no existe más. Hoy hay musicales a la anglosajona o televisión. Las claves de funcionamiento de este género obsoleto, el esfuerzo de farsa paródica que se exige a las interpretaciones, la inmediatez, el tipo de música tan cañí y «antigua», acaba creando un campo yermo donde solamente crece una flor: La Otxoa. Y José Antonio Nielfa con su repertorio del siglo pasado logra conectar con un público muy cargado de canas. Un público que llena el teatro y que se lo pasa fenómeno. Probablemente unos públicos que ya fueron cómplices de esta obra hace un cuarto de siglo.
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