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Raimundo Fitero

Suicidios

Hay una luna llena exuberante que hasta da sombra. El otoño inspira a los buscadores de setas, a los poetas y a los reguladores de la melancolía. Cada vez que una vida se acaba por la voluntad de su contenedor, de su continente o de su inquilino, algo nos sacude el sistema nervioso central. Se nos ha ido Mercedes Sosa, la que cantaba por Violeta Parra, «gracias a la vida que me ha dado tanto....» Sí, nos da todo, hasta el llanto, hasta el dolor, hasta las ganas de acabar con la vida, cuando la vida empieza a hacerse insoportable. El suicido no existe, existen los suicidas. Por eso contabilizar los suicidios es un ejercicio morboso e incomprensible. La «cantora» Sosa, Alfonsina, una poesía de la desesperación.

Existe un rito suicida japonés, que cubre asuntos calderonianos, el honor, la dignidad. Acabamos de conocer que aquél ministro que apareció en una reunión internacional dando una rueda de prensa en evidente estado de embriaguez se ha suicidado. Por su honor. Por su borrachera. Hay resacas muy depresivas, deprimentes y dementes. Nos cuentan que en algunos casos, los agentes de bolsa se suicidan ahogados por sus pérdidas, como los jugadores románticos de los casinos decimonónicos. Perdedores todos se aproximan a la salvación cortando el grifo de la vida, desconectándose, suicidándose.

Pero los suicidios que nos han atormentado desde la sorpresa y la incomprensión es que veinticuatro trabajadores de diferente rango de France Telecom se hayan suicidado en unos pocos meses. Dicen que debido a la presión laboral, a la movilidad, traslados, al desengaño. Nos parece una explicación muy corta. Pero nos entramos hoy que han destituido al número dos del organigrama del grupo. ¿Se suicidará él también? Una plaga de suicidios en una empresa no se puede contemplar ni en el convenio, ni tiene una fácil solución. Aseguran que es contagioso, por eso hay lugares en los que se ocultan los suicidios, por superstición o por prescripción. Los suicidas que deberían invertir el orden de sus acciones son esos criminales que primero matan a su mujer y después acaban con su asquerosa vida. Al revés, primero suicidio y después fiesta de liberación.

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