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Maite SOROA | msoroa@gara.net

Un tipo exaltado en Jerez


Como ayer todo quisqui se dedicó a hablar del congreso de Patxi López y servidora estaba ya más aburrida que un hongo del asunto, busqué por la prensa de por ahí y me di de bruces con una perla cultivada. En «Diario de Jerez».

En el rotativo del fino y las gambas, Alberto Nuñez Seoane dedicaba su columna semanal a insultar. ¿A quién? Pues a quién va a ser... al obispo de Donostia. Eso siempre vende por las Españas.

Según el escribiente «parece que la Diócesis de San Sebastián imprime cierto `carácter', vamos a llamarle así. Primero fue Setién, a tan nefando personaje no se le puede llamar `monseñor' bajo ninguna circunstancia. Luego el `regalito' con que nos obsequió la jerarquía eclesiástica, colocando al frente de los parroquianos donostiarras a un individuo llamado Uriarte». Ya ven el tono. Hay más.

Asegura Núñez Seoane que «para este maquiavélico gordinflón las víctimas de los asesinos etarras y sus verdugos están en la misma cesta. Se ha empeñado en conseguir que la sangre de todas las víctimas inocentes de los etarras asesinos, no sirva para nada, esa es su interpretación del `amarás al prójimo como a ti mismo'». Todo finura el tío.

Lo que le pone de los nervios, en realidad, es que se hable de diálogo en lugar de bofetones: «Los dislates de este clérigo nacionalista llegan hasta el punto de cuestionar el Estado de Derecho del país en que vivimos: España. En el santuario de Aranzazu, este cura fanático, exclusivista y enfermizo, se permitió la licencia de decir que `el camino para la paz en el País Vasco no pasa por la simple aplicación de la Ley, sino por el diálogo con ETA'». Eso, amigo Soane, lo saben hasta las criaturas de teta. Aquí y en las Chimbambas.

Luego se desmelena en su insultos y le llama a Uriarte «patético personaje» , «prenda», y en ese plan.

Lo mejor, al final: «La vergüenza que siento al enterarme de sucesos como el que ahora les narro, se funde con la indignación más profunda. A esta le sigue un tremendo cabreo sordo. Luego, una ganas enormes de repartir hostias a diestro y siniestro y poner a cada uno en su sitio, sin disimulos ni falsedades». No olvide Seoane el refrán: donde las dan, las toman.

 

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