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Antonio ALVAREZ-SOLÍS Periodista

No hay lenguaje para el ser humano

La frase revela un profundo desprecio hacia el ser humano, sobre todo si quien la pronuncia alardea de socialista y la emite acerca de unos pescadores. Esta vez corresponde el exabrupto a la vicepresidenta del Gobierno de Madrid, Sra. Fernández de la Vega. Inconveniencia, además, que añade a su desdén la incoherencia más elemental por contraste con otras realidades. Pero leamos la frase. Se refiere la vicepresidenta a los familiares de los secuestrados en el «Alakrana»: «Entendemos la preocupación que puedan tener, ya con carácter general, en cuanto a los riesgos que se asumen pescando en una zona de esa naturaleza, pero esto también forma parte de su trabajo». ¿Se puede decir algo más hiriente, más desdeñoso, más desatinado? ¿Acaso cabe objetar sobre el oficio del pescador algún riesgo como propio que no sea el riesgo mismo de la mar o los daños profesionales en el trato de los aparejos? ¿Es que el pirata es inevitable?

Por lo visto, la vicepresidenta carga sobre las espaldas de los pescadores la falta de reflexión política sobre la pesca que hacen en aguas infestadas por la piratería. Los pescadores no sólo han de saber pescar sino que han de afrontar su tarea con un maduro razonamiento diplomático. Incluso no tiene en cuenta la frase el carácter de trabajo subordinado de esos trabajadores.

La vicepresidenta -en la que se adivina siempre un talante despectivo y acre- no muestra el más leve pesar por la ausencia de protección oficial en aguas hábiles para la explotación pesquera. No siente el rubor de abandonar a su suerte a los que parten para aquel mar. Los peligros, subraya, «forman parte de su trabajo». ¡Qué distinta consideración a la que guardan desde el Gobierno a los soldados que mueren en guerras absurdas o a los miembros de los cuerpos de seguridad del Estado cuando se enfrentan con la lucha armada que se produce en el ámbito de la nación!

Para los marineros hay una despectiva consideración del riesgo, aunque ese riesgo no lo generen ellos sino quienes allá los envían. Para los soldados o los policías o guardias el riesgo es anotado en sus expedientes como heroica participación en una lucha que, esa sí, es evidentemente propia del oficio que ejercen los uniformados. Ante ellos el Gobierno despliega las banderas, dispone las condecoraciones, ordena los himnos, habilita las pensiones. Ser víctima del oficio marcial o policiaco no es, al parecer, algo adecuadamente propio del oficio, ni forma parte de su trabajo.

Lejos de nosotros el más mínimo desprecio respecto al riesgo que corren policías o soldados. Más aún, lejos de nosotros tomarnos a la ligera los caídos en una guerra que no aciertan, no pueden o no quieren resolver los políticos que ocupan el poder y sus entornos más próximos. Pero también lejos de nosotros la más mínima consideración o respeto hacia quien ha pronunciado la infausta frase.

El oficio de la pesca no conlleva la aceptación del riesgo somalí. El pescador es un ciudadano a quien su empresa envía a pescar sin más consideración que el resultado económico de la misma. En este caso, a zonas que además teóricamente debieran estar libres de delincuencia, si es que esas zonas se controlaran con la radicalidad con que se controlan otras zonas más domésticas y por causas que no revisten los perfiles miserables de la piratería.

Yo me pregunto, con la sencillez de cualquier ciudadano de la calle, si en tiempo en que el paro asola la sociedad cabe despreciar un contrato para trabajar a bordo de un barco pesquero. ¡Claro que los pescadores saben el riesgo que corren yendo a faenar en las aguas frente a Somalia! Pero la consideración de ese riesgo de captura y aún de muerte violenta no compete a quien realiza su natural labor sino a quien ha de protegerla eficazmente. ¿La protege el Gobierno poniendo en el asador toda su fuerza política y diplomática?

La señora vicepresidenta sabe de sobra que no, prueba de ello es que a estas alturas contesta «que es importante, que es interesante, en el ámbito parlamentario y de la propia comunidad internacional abrir un debate sobre la cuestión». ¿A estas alturas del problema se habla de abrir el debate correspondiente? Sra. vicepresidenta ¿por qué a los socialistas les cuesta tanto trabajo aproximarse a la vida del ciudadano común? ¿Por qué además le azotan en cuanto muestra su indignación públicamente? Comprendo, para usar la debida coherencia, que a los llamados «populares» el ciudadano común les parezca simple yesca para encender su hoguera cuando les conviene, pero ¿a los socialistas tampoco les preocupa el ciudadano vivo y concreto, el que tiene piel, músculos y corazón?

Hace tiempo que debía estar condenado por la calle el lenguaje que se está empleando en los planos del poder. En ese lenguaje desaparece la persona concreta del ciudadano, que queda sumido en cifras abstractas, en consideraciones teóricas, en estadísticas con decimales, en discursos que hablan de una sociedad que no está hecha con segmentos vivos sino con sumas y restas sobre el papel. El ciudadano aparece dibujado como en los naipes que se arrojan sobre la mesa sin otra consideración que ganar una partida. Se habla del paro, no de los parados; del futuro no de sus habitantes; de los planes, no de los planificados. El poder es una sociedad en sí misma que sobrenada a la masa ingente de sociedades que viven como las algas, inertes a grandes profundidades. Por ejemplo, el Sr. Blanco, voz del PSOE emite una tremenda acusación contra el Sr. Rajoy: «El Sr. Rajoy -dice- está favoreciendo los intereses de los piratas». ¡Feroz denuncia que debería ser ilustrada con el debido acompañamiento de razones que dieran sentido a inculpación tan criminal! ¿Y por qué favorece el Sr. Rajoy a los piratas? Pues no lo sé, aunque el Sr. Rajoy ha dicho otra tremenda cosa: «Cuando no se previene ocurre la catástrofe y hacemos el ridículo». ¿Es lo que preocupa al Sr. Rajoy: que España haga el ridículo? Pero ¿en qué manos estamos?

Uno acusa a su oponente nada menos que de connivencia con un crimen. Y el acusado responde que la falta de protección a los pescadores secuestrados nos ha llevado a una situación risible. Al fondo Calderón de la Barca mantiene que honra es lo que reside en otro. Siempre España cuidando de las apariencias: no la ética sino la estética.

A unos les importa un higo lo que sucede a los pescadores del «Alakrana» y los otros se sonrojan porque unos somalíes que ni siquiera se sabe quienes son o por quienes son manejados se han burlado de los leones que custodian las Cortes. Ser español, aunque sólo sea a título administrativo, constituye una dolorosa desventura. Queremos estar en el G-8, fotografiarnos con los que manejan el desgraciado mundo actual, cenar con los que mejor cenan, acudir a fastos y fiestas... Y ante esa voluntad barroca de apariencias huecas ¿cuentan algo unos pescadores apresados en aguas frente a Somalia? ¡Quite usted allá! Como decía la sobrevenida mujer de un dirigente socialista durante la República ante una batalla de los obreros en la calle: «¡Hasta azúcar quieren ahora!».

Mañana acontecerá otra situación como la que están viviendo los tripulantes del «Alakrana». Y será empleado el mismo lenguaje. La democracia popular seguirá siendo un sueño en estas tierras gobernadas siempre por la arrogancia desde el poder, por el menosprecio hacia las masas, por los acuerdos para mantener viva la trituradora de la libertad. La gran burguesía seguirá teniendo faz rural y los que dicen enfrentarla desde la izquierda harán todos los días su ofrenda al becerro de oro. La libertad siempre será aquí de cartón piedra y la democracia sobrevolará con mucho cuidado sobre los piratas.

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