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Jesus Valencia Educador Social

Hay cosas que no se olvidan

 

No hace mucho, el señor Atutxa reapareció en público para dar a conocer sus dolencias. En palabras del propio paciente «tiene revuelto el estómago». ¡Pobre hombre! Muchos golpes bajos ha recibido en su vida don Juan María, pero que sus incondicionales aliados de ayer ahora lo ninguneen, le produce retorcijones y cólicos. ¿Cómo puede olvidar el PSE los incontables servicios que prestara el entonces consejero de Interior a la patria común? ¿No ardió España en aplausos y felicitaciones a un vasco tan colaboracionista?

El pueblo vasco, desde luego, no ha olvidado el miserable currículum de Atutxa. Él se encargó de militarizar y envenenar a una Policía que se anunciaba como el «Ángel de la guarda» para sus paisanos. Utilizando una metáfora suya, cada mañana inoculaba en «su» cuerpo policial unos gramos de aquel odio ciego que el entonces consejero profesaba a la izquierda abertzale. Suyo es el mérito de haber entrenado a sus huestes para que atacaran como mastines todo lo que olía a independencia y a socialismo.

A su brillante sesera le debemos el invento de los «grupos Y», red pelágica con la que arrastró hasta la Audiencia Nacional española a cientos de jóvenes. Queda constancia de la felicitación efusiva que envió a Garzón tras el cierre del periódico «Egin». ¿Cómo olvidar la ferocidad inhumana que derrochó en los funerales de Lasa y Zabala?

Cuenta en su haber la muerte de Angel Irazabalbeitia; la de Ina Zeberio, la activista perfectamente controlada que los policías de Atutxa acribillaron con sesenta balazos; el «mal paso» de Anuk cuando estaba detenido en la comisaría de Indautxu, el «suicidio» de Basajaun...

Atutxa gimotea porque se han olvidado de él. Infundado lamento. El PSOE (¡faltaría más!) no se ha olvidado de sus escandalosas servidumbres, pero no está entre sus actuales preferencias el palmotearlo; aquellos eran otros tiempos. Las actuales preocupaciones de Ares son otras. La primera, demostrar que -una vez usurpado el Gobierno de Lakua- no necesita de ningún «Atutxa» para poner en cintura a los odiados batasunos. La otra preocupación -tan importante como ésta- es la de retomar una de las más arraigadas tradiciones del PSOE: la de reprimir con fiereza al nacionalismo coherente. Las torturas (con la consiguiente promoción de los torturadores), la cal viva en las fosas de los refugiados asesinados, el GAL... no son episodios ocasionales. Son hechos relativamente recientes de una historia de intolerancia socialista que nació casi con el partido a una.

La mente lúcida de Eli Gallastegi ya denunciaba a comienzos del siglo pasado la ferocidad del PSOE contra los patriotas vascos: «Si yo fuera socialista, jamás predicaría el internacionalismo para luego retener por la fuerza a un pueblo entero dentro de unas fronteras artificiales que el imperialismo político, económico y antihumano creó».

Que no se desespere Atutxa. Tiene ya asegurado por méritos propios un lugar en la casa común. Eso sí, tendrá que ser en el retrete (por si no remiten sus diarreas). Y deberá compartir espacio con los socialistas españoles; llevan mucho más tiempo que él arrojando excrementos contra las gentes honestas de este pueblo.

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