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Antonio Alvarez-Solís periodista

Resurrección de la libertad

La reflexión sobre la libertad que Antonio Álvarez-Solís ofrece en este artículo está motivada por la situación que el encarcelamiento reciente de dirigentes políticos abertzales evidencia. Con todo, no se limita a la denuncia y al lamento, sino que también muestra su esperanza, fundamentada en «las reacciones populares contra la dictadura política».

En el amplio espacio que dedica al análisis de la libertad, el «Diccionario de Filosofía» de Ferrater Mora dice lo siguiente: «El concepto de libertad ha sido usado de muy diversas maneras: como posibilidad de elección, como acto voluntario, como margen de indeterminación, como ausencia de interferencia, como liberación frente a algo, como liberación para algo, como realización de una necesidad».

Ahora contrastemos esta variada oferta de posibilidades que definen la libertad -que como forma de razón es absoluta- con su posibilidad de ejercicio en el marco de la política española en Euskadi. Hagámoslo sintéticamente: «Como posibilidad de elección» (ahí está su repetida cohibición con una radicalidad furiosa). «Como acto voluntario» (apareja un riesgo altísimo en su ejercicio cotidiano). «Como marco de indeterminación» (la creatividad propia de la indeterminación se agosta en la omnipresente definición de crimen). «Como ausencia de interferencia» (¿hay acaso duda alguna sobre la inexistencia de cualquier camino franco para la palabra plena?). «Como liberación frente a algo» (ese «algo» está armado hasta los dientes tanto en sus medios humanos como en sus leyes, porque las leyes son también armas). «Como liberación para algo» (ese «algo» es nada menos que la imposible libertad del pueblo vasco). «Como realización de una necesidad» (las necesidades o son previa y estrictamente constitucionales o se las niega como tales).

Es muy misteriosa la libertad, decía Agustín de Hipona. Se altera con sólo una ráfaga de violencia, se arruina con una imposición, se corrompe con una única torpeza. Un solo hombre sin libertad destruye la libertad. Lo grave es que esa materia tan perecedera es con la que se hace el ser humano. Para ser hay que ser libre. La definición no es mía, sino de Fichte, es decir, se abrió como una luz en el siglo XVIII y aún no ha llegado a España. La medida española para alcanzar la madurez filosófica es de años-luz. Pero si no se es cuando no se es libre, ¿qué somos, ya que estamos innegablemente aquí? Esta situación es terrible. Resulta volcánica. El hombre puede padecer necesidades, vivir con injusticia, pero lo que no puede es existir si se le niega su propio ser. El hombre de papel, el que existe únicamente en el documento contable de los poderosos inclementes, se debate por tener carne y alma. No es lícito, pues, acusarle de violencia si procura como sea su propio nacimiento. Y, sin embargo, el hombre vasco -no el censado como tal, sino el hecho de vasquidad- trata de explicarse, de usar la razón que posee como un bien precioso frente a la rudeza intelectual de su oponente. Sobre las tierras vascas pasaron muchas oleadas humanas para que el vasco no sepa que únicamente puede serlo si se ata al roble. Usted, Sr. Pérez Rubalcaba, quizá no entienda esto porque es cántabro y Cantabria está siempre erizada de suspicacias entre la genuinidad asturiana y la solidez vasca. Conste que no quiero usar etnicismos en mis palabras, pero es usted quien los sugiere con sus actitudes. Piense usted que con los robles no puede fabricarse el papel que sostiene las Constituciones.

Pero avancemos un poco más en eso de la libertad, que es lo que importa. Yo me eduqué en una nación de tejedores, es decir, en Catalunya. Allí aprendí, entre otras cosas, que el tejido, que la tela, es cuestión de tramas y urdimbres. Para lograr la urdimbre hay que manejar hasta quinientos hilos. Son muchos hilos, evidentemente. Pero el resultado final es que nace la materia con que confeccionar el vestido. La libertad es como un telar. Hay que dejar que los hilos se crucen y entrecrucen para lograr la riqueza del resultado. Ya sé que digo cosas muy simples, pero los españoles ¿saben realmente cómo funciona un telar? Uno no puede abrigarse siempre con la dura piel de un toro. Ustedes, Sr. Rubalcaba, se indignan pomposamente cuando los irritados por la injusticia queman un cajero, pero no reflexionan sobre el hecho de que ustedes queman diariamente los hilos de la libertad. Ahora mismo han encarcelado a un grupo de tejedores nacionalistas bajo la ridícula especie de que tejen para destejer, que fabrican un abrigo democrático para ocultar bajo él la daga asesina. En Madrid siempre piensan como el marqués de Squilache, que recortaba las capas para evitar las navajas, cuando la realidad es que lo que había que recortar era la monarquía perversa que poblaba con su ejemplo la vida de navajeros.

Pero realmente ¿a ustedes les importa la violencia, que es un accidente moral tantas veces producido por el malévolo acoso del adversario? Si fuera creíble esa indignación de ustedes ante la violencia procurarían ponerla sobre la mesa de las palabras para que funcionara bien el telar de la libertad. No hay que tetanizar las heridas, sino desbridarlas para que el oxígeno actúe abiertamente. Van ustedes desnudando a Euskadi de toda posibilidad de ejercer las libertades. El gozo de ver pueblos libres no es un gozo que ustedes vivan con admiración. ¡Y mire que es hermoso contemplar un pueblo libre! Claro que el imperio asfixiante del colonialista funciona con la genética de los virus, que necesitan invadir las células circundantes para poder reproducirse. Están ustedes vacíos de vida.

La libertad es el otro. Es la compañía en la marcha de la humanidad hacia su propio reconocimiento. Todo esto puede sonar a rousseaunianismo, pero tampoco viene mal un poco de sueño, que es el ámbito en que se fabrican las más sugestivas imágenes en libertad. ¡Lástima que ustedes no duerman, siempre ocupados en la cacería nocturna! Ahora han añadido ustedes otro problema más al pisto que está cocinando el Sr. Zapatero. Con las detenciones en LAB, sindicato repleto de fuerza popular, nos abren el horno a los demás, al que hemos de entrar, si somos resignados, con la misma alegría con que lo hicieron los macabeos. Muchos pensamos lo mismo políticamente que el Sr. Diez Usabiaga: deseamos ámbitos políticos que no se disuelvan en el apetito de los grandes estados y amamos vivir en pueblos definibles. Pueblos para pueblos. Esto de la globalización no es sino el último intento de supervivencia de un imperialismo desesperado que sólo puede vivir mediante transfusiones de sangre. Deseamos una dimensión institucional en que los hombres y las mujeres no hayamos de delegar nuestra estatura en secretas órdenes de caballería mecanizada. Es decir, ser siendo, que dicho en el lenguaje filosófico alemán suena de lujo. Pero ¿dónde se puede emplear ya ese lenguaje? Yo me pregunto si quienes andamos por la calle no acabaremos por solicitar un adecuado encarcelamiento para poder discutir con holgura temas apasionantes, como el de la libertad. Sé que la vida exige más terreno que un patio de prisión para entretener la mente y buscar el corazón, pero es lo que queda tras sus leyes del suelo.

No valdrían nada estas reflexiones de anciano si no expresase a la par mi esperanza. Quizá por la edad no me animan nada los funerales. Uno siempre teme que lo confundan con el muerto. Pues bien, esa esperanza está penetrada por algo patente: por las reacciones populares contra la dictadura política. Las gentes se levantan aunque les den con la porra, mecánica que es ya de uso universal. Y me consuela, pese al dolor de la herida, porque al fin y al cabo siempre pienso que hay más ciudadanos que porras. No soy gandhiano, porque la India se liberó también por otras cosas, pero en esto de caer y levantarse radica lo más soberbio de la especie humana. Un día ustedes caerán también, pero dudo que el suelo les sea propicio.

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