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CRíTICA teatro

Vómito de horror

Carlos GIL

Una de las obras clásicas de finales del siglo veinte. Un texto estructurado de manera cerebral para llegar hasta el fondo del horror, del dolor que puede inferir el ser humano a sus semejantes. De las paradojas, del amor fraterno, de la violencia política, de las heridas que produce toda dictadura.  Las confesiones aparentemente inanes de un hombre contando, con detalles insignificantes en primer lectura, un episodio de su vida. La postura que adoptan él, su mujer y su hija, los sábados por la tarde. Y la llegada de un ser que quiere hablar precisamente con su querida hija Ariadna.

Con sentido del humor, provocando una empatía con el público que se convierte posteriormente en un vuelco emocional ya que ese anciano, buen padre, marido fiel, es un criminal, un médico colaborador con al dictadura militar argentina que es llamado por un operativo a certificar la muerte de dos jóvenes activistas a los que les han volado, literalmente, la cabeza, y que una vez cumplida su función obscena, escucha el sollozo de una niña a la que secuestra y convierte en su hija. Un caso más en la larga historia de desaparecidos y adoptados de manera fraudulenta y criminal.

Gran comunión con el texto de Pavlosky y, sobre todo, por su interpretación, ese desgarro infinito. La manera de llevar al espectador por lo aparentemente banal para desde ahí lanzarlo a los infiernos es magistral. Esa sangre que cae sobre el personaje es un vómito de horror compartido por los espectadores. Dolor seco. Malditos. Teatro necesario y eterno.

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