CRíTICA cine
«El imaginario del doctor Parnassus» El espejo en el que se mira Terry Gilliam
Mikel INSAUSTI
En esta vida que te tomen por loco tiene sus ventajas, no digamos ya en el mundo de la creación artística. Lo que no tengo tan claro es si las locuras de Terry Gilliam pueden pasar por genialidades, por más que sus seguidores se empeñen en ello. La inventiva nadie se la niega, porque la solución que se sacó de la manga para sustituir al fallecido Heath Ledger en pleno rodaje de “El imaginario del doctor Parnassus” tenía magia, tanta, que el truco de la transformación sucesiva del actor australiano en Johnny Depp, Jude Law y Colin Farrell es lo que mejor funciona en esta creación fantástica muy limitada argumentalmente, en cuanto decadente variante circense del mito de Fausto. Una vez más la parte oscura se come a la luminosa, lo que me lleva a pensar que cuando comparan al ex Monty Python con Orson Welles se refieren a su tendencia al caos, ya que, en cuanto, al talento de uno y otro para superar el malditismo de sus proyectos media un abismo. Hay una vena infantil en el Gilliam que se mira en el espejo de la bruja de Blancanieves y en el que cruza el de Alicia en el País de las Maravillas, tan alejada de la múltiple y compleja visión wellesiana del juego de espejos en “La dama de Shanghai”.
El otro foco de debate cinéfilo suscitado por “El imaginario del doctor Parnassus” apunta hacia lo felliniano, aunque entiendo que el mundo del maestro de Rimini era mucho más coherente dentro de sus excesos. En todo esto ha influido el que el circo ambulante diseñado por Gilliam tenga forma de nave, pero el norteamericano no se conforma con la teatralidad de la puesta en escena, las máscaras y las interpretaciones histriónicas, al necesitar de los efectos digitales para dar rienda suelta a esa trastienda onírica que es como un autohomenaje con referencias a “Flying Circus”, “Los héroes del tiempo”, “Brazil”, “Las aventuras del Barón Munchausen” y “El rey pescador”. Cuando recupera el humor de tiempos pasados resulta muy refrescante, pero cuando se toma en serio a sí mismo agobia.