Al día siguiente de que en el Parlamento de Gasteiz se le vieran al PSE (del PP ni hablamos) algo más que las enaguas al tratar de evitar (y conseguirlo) la condena de la violencia falangista, la Guardia Civil detenía a cinco extremistas de Falange y Tradición. La operación, píllelo cada cual por donde quiera, se denominó «Quimera». A los detenidos se les ocupó armamento de guerra. Los profesionales de la información, tan acostumbrados a cubrir las detenciones de los «violentos» con amplitud y detalle, sin reparar en gastos ni ahorrar en pormenores: nombres, apellidos, fotografías, señas, tomas del material incautado, vista general de la calle donde viven, del balcón de casa de los abuelos, del portal de la novia..., desganados e inapetentes esta vez, prefirieron economizar recursos: ni nombres, ni señas, ni fotos, ni iniciales siquiera. Prácticamente, ni noticia.

Rubalcaba, que con tanta energía y entusiasmo da cuenta de detenciones y descabezamientos de cúpulas y mesas, asoma esta vez sumamente comedido: las detenciones ayudarán a aclarar «algunas actividades e incidentes: pintadas, amenazas, algún pequeño explosivo en la puerta de alguna `herriko taberna', alguna casa de algún padre de algún etarra encarcelado que también ha sido atacada»... En fin, puras chingaderas. Y además, el explosivo era pequeño. Si se usa contra abertzales radicales, es más pequeño aún: diminuto.

Los demócratas que tanta vehemencia ponen en pedir la aplicación de la ley de partidos, la ponen esta vez en ignorar que dos de los detenidos están estrechamente vinculados a España 2000.

¿Y todo esto es por simple afinidad ideológica o por miedo puro y duro?