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José Miguel Arrugaeta y Joseba Macías historiador y sociólogo

Cuba: debates, realidades y conciertos

Las transformaciones en la estructura económica y en la cadena de distribución social aparecen en estos momentos como procesos de bajo perfil informativo, difíciles de entender fuera de Cuba. Pero pese a los silencios interesados de una parte importante de los medios internacionales, los «cambios sin ruido» van marcando determinadas pautas internas a tener en cuenta. Es el caso de la eliminación progresiva del almuerzo para los trabajadores ofertado en los comedores de ministerios y determinados centros estatales, que venía acompañado a veces del desvío de productos alimenticios que han abastecido un rentable mercado negro. La nueva medida se completa con el pago diario de 15 pesos cubanos a cada trabajador, lo que supone un aumento real de entre el 50 y el 100% en el sueldo.

Esta decisión es aún experimental y limitada pero, según medios oficiales, de ser ampliada a todo el país supondría un ahorro en importaciones de alimentos subvencionados de casi 350 millones de dólares. Complementando esta línea de actuación, desde hace semanas se discute sobre las consecuencias de la eliminación de la libreta de abastecimientos, apuntando de manera evidente a la superación de una distribución igualitaria (en una sociedad marcadamente desigual como la de la Cuba de 2009) de la canasta básica. A pesar de que una medida como la apuntada posibilitaría una política social focalizada y reforzada hacia sectores determinados (jubilados, estratos con menos recursos, consumo social en educación y salud pública...) y podría elevar la cifra de ahorro en concepto de «importaciones-subvenciones» hasta los 1.000 millones de dólares anuales, las dudas respecto a cómo atenuar las consecuencias negativas siguen estando muy presentes en buena parte de la población partidaria y sostén de la propia Revolución: ¿Cómo se consigue no dejar desprotegidos a los sectores más vulnerables? ¿Cuál debe ser el mecanismo sustitutivo de una canasta básica en una realidad de salarios claramente insuficientes...?

Siguiendo en el ámbito económico y estructural, las recientes transformaciones en el campo cubano y las entregas masivas en usufructo de tierras ociosas han comenzado a dar sus frutos mediante un visible aumento de la producción de diversos alimentos. Sin embargo, la televisión y la prensa nacional dedican amplios reportajes a denunciar cómo toneladas de productos agrícolas de alta demanda se acumulan y se pudren en los centros de acopio. Una penosa realidad ante la que el aparato burocrático es incapaz de implementar un sistema eficiente de distribución, mientras los precios minoristas de estos mismos productos siguen siendo excesivamente altos para la ciudadanía.

El caso de las producciones agrícolas revela la existencia de barreras invisibles que obstaculizan la voluntad de mejora y eficiencia. Transformar una parte sin afectar el todo aparece a estas alturas como una tarea sumamente difícil que atenta directamente contra intereses creados.

Pero a los obstáculos pasivos contra cualquier cambio económico que tienda a la racionalidad, la eficiencia y el sentido común hay que añadir el peso innegable de un «enemigo interno» realmente peculiar: hablamos de una mentalidad administrativa dirigista y vertical que funciona como inercia social. Otro buen ejemplo de este «mecanismo» se puede encontrar en el nuevo curso escolar. Si bien es inequívoca la firme voluntad institucional de mantener la educación al alcance de todos, sin ningún tipo de excepción, la realidad es que los cambios educativos parecen haber olvidado dos factores educativos esenciales como son los padres y los propios alumnos. De esta forma, el sistema educativo muestra en la práctica manifiestos niveles de improvisación, fuertes desajustes y múltiples descontentos.

La obligada lectura de estos fenómenos lleva a una conclusión cada día más inaplazable: gobernar y dirigir sólo mediante decretos, regulaciones y voluntad política no responde a la realidad de la Cuba de hoy. La Revolución se encuentra ante el reto de implementar de manera permanente la participación social y el debate colectivo para consensuar cambios, proyectos y planes de actuación, con el fin de que el respaldo, la comprensión y el apoyo expreso de una mayoría de la población, hagan posible cualquier trasformación.

Pero si de debates hablamos, sin duda el más estratégico y fundamental resulta en estos momentos el iniciado a partir de la intervención del presidente Raúl Castro en la última Asamblea Nacional (1-8-09), que debe culminar con la realización del próximo congreso del Partido Comunista de Cuba. A dos años de la anterior convocatoria abierta para discutir el futuro y los necesarios cambios del socialismo cubano, que concluyó con la recopilación de problemas y soluciones sin la puesta en práctica de medidas significativas, una parte importante de los sectores revolucionarios parece desmotivada y escéptica respecto a la posibilidad real de que la Revolución sea capaz de transformarse a sí misma (característica histórica de la dinámica fraguada a lo largo de cincuenta años e impulsada por el propio Fidel).

Las convocatorias realizadas hasta el momento muestran una relativa participación activa tanto en las reuniones de las células del PCC -núcleos del Partido-, como en las realizadas a nivel sindical, pero muy poca motivación en las convocadas a nivel de barrios. Sin duda, no son buenas señales para iniciar una discusión y un debate que se presentan como esenciales para el futuro inmediato de Cuba. Este proceso, sin embargo, apenas ha comenzado, y es de suponer que, dada su trascendencia, la búsqueda de una activa participación e implicación social se convierta en un objetivo prioritario en las próximas semanas.

Este «debate mayor» no se circunscribe sólo al ámbito del partido. También otras organizaciones de masas como la Unión de Juventudes Comunistas (UJC) preparan en estos días su Congreso Nacional, síntoma de la necesidad de articular a todos los niveles sociales un discurso y líneas de actuación adecuadas a la nueva realidad que vive la Cuba de esta primera década del siglo XXI.

Mientras, la política de la nueva administración norteamericana hacia Cuba mantiene una línea de continuidad. Barack Obama acaba de prorrogar por un año los principales instrumentos del bloqueo. Las medidas anunciadas por el propio presidente de EEUU tendentes a eliminar las restricciones de viajes y el envío de remesas familiares aún esperan su puesta en práctica, al tiempo que se siguen aplicando fuertes sanciones económicas y presiones a las empresas que comercian con la isla. En la contrabalanza, los «contactos directos» se limitan a reuniones bilaterales «satisfactorias» para normalizar los envíos postales o la concesión limitada de visas a personalidades de la cultura cubana.

Buena muestra de los obstáculos reales a cualquier cambio en las relaciones Estados Unidos-Cuba ha sido la celebración de un Festival de música internacional en La Habana, convocado por el cantante colombiano Juanes, el pasado 20 de noviembre con el lema «Paz sin fronteras». Centenares de miles de cubanos y cubanas de todas las edades pudieron disfrutar de él totalmente ajenos a campañas, amenazas, fobias e insultos auspiciados principalmente entre los sectores más beligerantes de la comunidad cubano-norteamericana. Un nuevo intento por parte del poderoso y ultra-reaccionario lobby de Miami de monopolizar en la práctica la opinión de una comunidad que sobrepasa el millón de personas.

Pero si este primer concierto pudo celebrarse exitosamente, las «reacciones» parecen haber surtido efecto. El pasado primero de octubre se conocía la negativa del Departamento del Tesoro de Estados Unidos a autorizar el viaje que 150 patrocinadores y promotores de la Orquesta Filarmónica de Nueva York debían a realizar a Cuba para preparar varias actuaciones de la afamada orquesta en La Habana. Los conciertos, finalmente, han sido suspendidos.

Para completar el cuadro de esta curiosa «diplomacia musical», hay que dejar constancia de las dos recientes actuaciones multitudinarias del siempre comprometido Manu Chao, que ha dado una tonalidad nada «blanca» a sus presentaciones, con referencias expresas y claras a la entrañable figura del Che Guevara y al significado político de la Revolución cubana, que sigue siendo, a pesar de sus disyuntivas internas actuales, referencia en América Latina y en buena parte del mundo.

Finalmente, en medio del debate revolucionario, las complejas realidades internas y la continuidad de la política de EEUU, la reciente muerte a los 78 años y por causas naturales del comandante Juan Almeida, héroe y figura insigne de la lucha guerrillera y del proceso revolucionario vuelve a recordarnos a todos que el natural relevo generacional y la actualización del proyecto social, económico y político de la Revolución tiene plazos cercanos en el tiempo y retos urgentes que afrontar. Mientras tanto el reloj, como en aquellos boleros que tanto le gustaban a Almeida, sigue marcando las horas sin detener su camino.

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