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Análisis | Ofensiva antitalibán

Pakistán camina hacia el precipicio

 El país asiático se encuentra en una encrucijada, otra más, y los acontecimientos de las últimas semanas apuntan hacia una complicada situación que puede tener consecuencias directas sobre Pakistán, pero que al mismo tiempo incidirá también en el conjunto de esa volátil región conocida como el sur de Asia.

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Txente REKONDO Gabinete vasco de Análisis Internacional (GAIN)

El Ejército de Pakistán ha iniciado una ofensiva terrestre contra el feudo talibán de Waziristán del Sur que si bien puede suponer un triunfo a corto plazo para el Gobierno, con el tiempo puede convertirse en una victoria para la insurgencia, como han evidenciado experiencias anteriores.

Desde hace varios años, la inestabilidad parece haberse adueñado de Pakistán, donde toda una serie de piezas no terminan de encajar en el puzzle. Durante muchos años han sido los militares los que han gobernado el país, con golpes de Estado y maniobras golpistas cada vez que los partidos políticos buscaban salir de la crisis. La supuesta vuelta del sistema democrático en Pakistán, sin embargo, no ha supuesto que ese poder fáctico conformado en torno al Ejército y sus servicios secretos (ISI) hayan perdido cuotas de poder. Al contrario, siguen dominando los entresijos del Estado y ampliando su presencia en las empresas e industrias más importantes. Una situación que algunos analistas han definido como «military inc.», ya que consideran que la economía del país está dominada por «un conglomerado empresarial, dueño del principal tejido industrial de Pakistán, y que no es otro que el Ejército».

Los atentados sectarios, muchos de ellos fruto del enfrentamiento entre chiítas y sunitas; importantes zonas del país sin presencia real del Estado y sin apenas control por parte de Islamabad; un movimiento islamista con importante peso en el escenario político, y con diferentes grupos en la órbita ideológica de Al-Qaeda o la alianza en torno a Tehrik-i-Taliban Pakistan (Movimiento Talibán de Pakistán-TTP), evidencian las graves dificultades que atraviesa Pakistán. Pero a ello hay que añadir otro factor: la presión que ejerce Washington sobre el país asiático.

Históricamente Pakistán ha sido el aliado clave de EEUU en la zona, y la importancia geoestratégica se ha incrementado en los últimos años. Si durante la Administración Bush el peso paquistaní ha sido importante a la hora de diseñar la estrategia estadounidense en la región, la Presidencia de Obama le ha conferido un plus a su estrategia en materia de política exterior.

El término Af-Pak, popularizado por los estrategas estadounidenses en los últimos meses, muestra la clara voluntad de ligar el futuro de Afganistán, y su ocupación, con el de Pakistán. La presencia de militares de EEUU en suelo paquistaní, con nuevas bases, y sobre todo con una red de inteligencia que busca atacar objetivos de Al Qaeda y los talibán en Pakistán ha estado acompañada de bombardeos contra supuestos objetivos en la frontera con Afganistán.

A las presiones militares y la búsqueda de operaciones sobre el terreno, se ha sumado las demandas para una mayor implicación del propio Ejército, y en esa clave cabe entender la última ofensiva militar en las zonas tribales. También hay que ubicar en este contexto el último acuerdo entre Washington e Islamabad, por el que el país asiático va a recibir en los próximos cinco años una ayuda económica para «fines no militares» que triplica la recibida hasta ahora.

Sin embargo, la letra pequeña del acuerdo, que condiciona posteriores ayudas militares «a un efectivo control de los políticos sobre los militares» y «un decidido apoyo para combatir y desmantelar las bases de los grupos terroristas», ha desencadenado las protestas de importantes sectores de la sociedad. Altos mandos militares, el líder de la oposición, otros partidos políticos y algunos medios de comunicación han denunciado que la firma de ese tratado «viola la soberanía de Pakistán», al tiempo que incrementa el sentimiento antinorteamericano en el país.

La ofensiva del Ejército paquistaní ha asumido importantes riesgos, mientras que no se vislumbran resultados a medio plazo. Desde el primer momento, los militares no veían con buenos ojos esta campaña, porque temían que los grupos militantes ampliaran sus operaciones por todo el país (como ha ocurrido en las últimas semanas) y porque dudaban de la efectividad de su actuación.

En el pasado ya se pusieron en marcha operaciones similares, aunque con menos tropas, y los triunfos a corto plazo para Islamabad se han convertido, con el tiempo, en victorias para los militantes islamistas. La fuerza militar se ha mostrado ineficaz en el pasado, como probablemente lo hará en esta ocasión.

Más allá de la resistencia que puedan ofrecer los grupos armados en la zona (cualitativamente importante, pero no así numéricamente, pues ya se ha filtrado que muchos de los combatientes han salido de la zona junto a los miles de desplazados), si no se da una solución a los problemas estructurales de la región, la situación no hará sino empeorar en el futuro.

La zona tribal, ya de por sí abandonada por el Gobierno central, ha sufrido un duro castigo por las diferentes operaciones militares que ha puesto en marcha Islamabad, dando paso a una economía sumergida y al auge del mercado negro (armas y drogas, fundamentalmente). El uso indiscriminado de la fuerza militar, los bloqueos económicos y los acuerdos con algunos líderes locales, junto al millón de desplazados, no hacen sino aumentar la simpatía de la población local hacia los militantes islamistas.

La respuesta de los grupos armados no se ha hecho esperar. Ante el anunciado adelanto de la ofensiva contra las zonas tribales, esos grupos han desencadenado una ola de atentados por todo el país contra objetivos muy señalados. Sólo en el mes de octubre cerca de doscientas personas han fallecido en esos ataques, que se han dirigido contra el cuartel general del Ejército, un importante convoy militar, diferentes edificios policiales en Lahore, las oficinas de la ONU en la capital o la muerte a tiros de un importante oficial del Ejército en Islamabad.

La diversificación y el uso de tácticas innovadoras han caracterizado los ataques. Pero, además, han dado muestra de la capacidad operativa de esos grupos, que han contado con apoyo local y se especula también que el TTP podría estar gestionando futuras alianzas con el abanico de movimientos jihadistas que históricamente han venido operando en Pakistán, algunos de los cuales tienen importantes lazos con Al Qaeda.

Si el movimiento en torno al TTP (una alianza de grupos que se materializó en diciembre del 2007) es heterogéneo, un acuerdo con grupos jihadistas del Punjab o de Cachemira, ampliaría la zona de actuación al conjunto del país, poniendo en el punto de mira «símbolos del estado paquistaní» y de sus «aliados occidentales».

Un analista local admite que ninguna de las dos partes, ni insurgentes ni soldados, pueden lograr una victoria militar, pero «si el enfrentamiento perdura estaríamos abocados a una crisis política que podría provocar consecuencias desastrosas para el Estado y sus instituciones».

Pakistán parece estar cada día más cerca del borde del precipicio y es necesario afrontar la idiosincrasia de esa sociedad e intentar buscar una salida que solucione de raíz los problemas que le atañen, evitando sobre todo una mayor radicalización del conflicto, cuyas consecuencias se antojan muy peligrosas para el conjunto de la región y, tal vez del resto del mundo.

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