20º aniversario de la caída del muro de berlín
¿Resultado de un proceso político o de una traición?
La «vuelta» (wende) es el término que el Estado alemán considera políticamente correcto para denominar el cambio político que se produjo el 9 de noviembre de 1989 y que popularmente dentro y fuera de Alemania se conoce como la Caída del Muro de Berlín.
Ingo NIEBEL
Una de las pocas personas que en aquella época pertenecían a la élite política de la República Demócrata Alemana (RDA) es Margot Honecker, de 82 años de edad. Su difunto marido, Erich Honecker, había sido secretario general del Partido Socialista Unificado de Alemania (PSUA) y jefe de Estado hasta el 18 de octubre de 1989 cuando el propio Politburó le obligó a dimitir. Dos décadas después, su viuda se resiste a dar entrevistas a los medios germanooccidentales «porque desprecian a los ciudadanos de la RDA». Ella no habla ni de «vuelta» ni de «cambio», sino de «traición». La prensa alemana le tacha por eso de «intransigente». Sin embargo, han sido los propios medios burgueses los que han sembrado dudas respecto a la versión oficial sobre el final de la Alemania socialista, que el 3 de octubre de 1990 se adhirió al territorio de su hermana capitalista, la República Federal de Alemania (RFA).
Los hechos que marcan el paso hacia la «reunificación» o la «anexión», según el punto de vista de cada cual, giran en torno al 9 de noviembre de 1989. En una rueda de prensa, que hoy es calificada de «histórica», el líder del PSUA berlínes y miembro del Politburó, Günter Schabwoski, informó de la inmediata apertura de la frontera interalemana. Miles y miles de ciudadanos de la RDA le hicieron caso y se acercaron a ella, fuertemente custodiada por las Fuerzas de Seguridad. Estas últimas se vieron sorprendidas por la avalancha humana que se acercaba a los puestos fronterizos.
Para evitar una catástrofe abrieron el Muro que tres décadas antes había sido construido para frenar la fuerte emigración del este al oeste alemán por motivos económicos y políticos. Según la historia oficial, la caída del Muro se debió a una interpretación equivocada que Schabowski hizo de las instrucciones recibidas. Éstas sí preveían que se iba a abrir la frontera y permitirles a los ciudadanos de la RDA la libre salida y entrada a su país, pero de forma controlada. Las palabras de Schabowski acabaron con ese plan.
En aquella época los alemanes del Este tenían derecho a viajar a otros países socialistas, pero no a la Europa capitalista. En verano de 1989 se creó una muy difícil situación humanitaria y política cuando un millar de ciudadanos germanoorientales entraron en las embajadas de la RFA en Praga y Budapest para solicitar asilo político y permiso de entrar en la Alemania capitalista. Su acción era una expresión del descontento que reinaba en el «primer Estado antifascista en territorio alemán» cuatro décadas después de su fundación. Obviamente, en lo que tenía que ver con el consumo propagado por Occidente, la RDA no podía competir con la RFA. A ello se añadía una difícil situación económica y política. Los problemas se debían, en buena medida, a la dependencia económica que ataba a Berlín oriental a Moscú. A ello habría que sumar cierta inmovilidad e incluso cierta arrogancia e ignorancia de las jerarquías burocráticas del PSUA y del Estado frente a los problemas y las demandas que venían desde la base. Ante los oídos sordos -y la mano dura de la represión- se formó una resistencia cívica que reclamaba «reformas».
Hasta aquel 9 de noviembre, estas demandas se referían exclusivamente a cambiar lo que estaba considerado malo en la RDA. Se querían reformar los límites que el PSUA y el Estado habían erigidos en cuarenta años, demandando más espacio para la libertad de expresión, por ejemplo. En aquel momento la cuestión no era ni la unificación de los dos estados ni la entrega incondicional de la RDA tal y como se la produciría en 1990.
«Revolución pacífica»
En cambio, el Estado alemán vencedor, que es lo que es la RFA capitalista, ha pintado una imagen unicolor de aquella época, centrada en la denominada «revolución pacífica» que acabó con el «régimen totalitario». Esta interpretación se ve plasmada en la famosa fotografía del 9-N cuando miles de personas se congregan en el Muro de Berlín, intentando romperlo con cinceles y martillos. Esta imagen que no sólo refleja un acontecimiento histórico sino que se ha convertido en la expresión del «cambio de regimen» que Alemania, la UE y EEUU quieren aplicar a los gobiernos que ellos consideran «totalitarios». Este objetivo no permite que se tengan en cuenta otros factores a la hora de analizar el derrumbe del Estado socialista al margen de los problemas internos de la RDA. Al mismo tiempo, obliga a «olvidar» que la RFA atacó primero con atentados, sabotajes y espionaje a su hermana socialista y que se dotó de un Ministerio de Cuestiones de Toda Alemania, cuya misión consistía en preparar la integración de la RDA después de su anexión por medios pacíficos o militares.
Hasta este verano habían sido exclusivamente personas como Margot Honecker las que han hablado de una «traición» por parte de Moscú, achacando toda la culpa sólo a Mijail Gorbachov. Pero, en agosto, varios medios burgueses publicaron que Moscú planeó en 1987 un «golpe» contra Honecker recurriendo a destacados dirigentes de la RDA.
El «Berliner Morgenpost» relató una conferencia secreta que en primavera de ese año celebró el hombre de confianza de Gorbachov y vicedirector del servicio secreto soviético KGB, Vladimir Kriuchkov, con el antiguo jefe de espionaje de la RDA, Markus Wolf, en Dresde. Sólo un mes antes, el enigmático agente alemán había dejado el Ministerio de Seguridad del Estado (MfS) de manera fulminante tras tres décadas de servicio. El 5 de noviembre de 1989, Wolf apareció junto con Schabowski en una multitudinaria manifestación en Berlín oriental donde los congregados exigían al nuevo Gobierno de Egon Krenz profundas y amplías reformas. El rotativo berlinés señala ahora que el cambio del 89 se pudo haber iniciado dos años antes.
La existencia del encuentro entre los dos agentes secretos la confirman el propio Schabowski y Hans Modrow, que participó en él. Este último es hoy presidente de honor del partido Die Linke, surgido del PSUA. En aquella época Modrow era su máximo dirigente en Dresde, y amigo de Wolf. Preguntado por los detalles de la reunión, el político se limitó a confirmar el hecho afirmando no recordar de qué se habló. Schabowski sí se acuerda de que el hombre del KGB ocultó ante Honecker el verdadero objetivo de su viaje a la RDA, diciendo que venía de vacaciones y que quería ser acompañado por Wolf. Según esta fuente, Kriuchkov quería saber de éste cómo se podía aplicar la política de «perestroika» (reestructuración) y «glasnost» (apertura) de Gorbachov en la RDA y qué papel podía jugar Modrow. El teniente coronel del MfS y hombre de confianza de Wolf, Günter Bohnsack, confirmó que su jefe ya tenía una lista de personas que deberían formar el nuevo Gobierno. Su proyecto no avanzó porque «no logró convencer a los militares para un golpe», asegura el «Berliner Morgenpost».
Las informaciones de este y otros medios de comunición complementan lo que algunos autores, cercanos a las posiciones ideológicas y políticas de Margot Honecker, vienen manteniendo desde hace dos décadas: en la caída de los gobiernos socialistas de la Europa oriental intervino un grupo ultrasecreto del KGB, llamado «Luch» (rayo, en ruso). Estos hombres al servicio de Gorbachov actuaban en todo el bloque socialista, apoyando a los «reformistas» y neutralizando a los «intransigentes». Cuba fue el único país en el que «Luch» fracasó.
¿Fue Honecker víctima de una conspiración orquestrada por Gorbachov? Desde las páginas del diario sensacionalista «Bild», el ex líder soviético lo niega. Dice estar seguro de que a pesar de las reformas «se habría dado la unificación alemana», quizás de otra forma, «posiblemente primero en una unión monetaria y después en una confederación de los estados». Su asesor y ex embajador en Alemania Valentin Falin se limitó a confirmar que en Moscú sólo se pensaba en cómo se podría cambiar a algunas personas en la cúpula de la RDA, sin decir nombres.
Es un hecho sobradamente conocido que en octubre de 1989 Modrow buscó el diálogo con la oposición y que cuatro días después de la caída del Muro, el 13-N, se le eligió ministropresidente de la RDA y vicepresidente del PSUA. Paralelamente, formó un «Gobierno de responsabilidad nacional», en el que incluyó a miembros de la oposición como ministros sin cartera. A principios de 1990, Modrow reconoció, por un lado, la «comunidad de la nación alemana» y, por otro, pidió a Gorbachov que representara a la RDA en las negociaciones con las demás potencias en este sentido. Quizás deba transcurrir otra década, o a lo mejor otras tres, hasta que los historiadores tengan el derecho a acudir a los archivos aún secretos de los dos estados alemanas para saber si la RDA de Margot Honecker fue víctima de sus propios errores, de una conspiración con traición incluida, o de todo un poco.