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Maite SOROA | msoroa@gara.net

Echarle una mano a Celaá

La consejera Isabel Celaá debe de haberse topado con serias resistencias a sus reformas de los decretos educativos y ya salen los fieles a defenderle, casi al modo de escuderos.

Ayer, Luis Haranburu Altuna, en «El Correo Español», se esforzaba en convencernos de las bondades de las tales reformas y, sobre todo, su efecto beneficioso para el euskara. Verán qué cantidad de melonadas en concatenación.

Según el editor Haranburu Altuna, «lo de la agresión al euskera, por equiparar al euskera y al castellano como lenguas vehiculares, no se tiene en pie ya que con ello se pretende no ya agredir al euskera sino, más bien, liberarlo de las excesivas expectativas y la servidumbre de un voluntarismo impropio». ¡Cómo me recuerda a aquella maestra que te zurraba y, además, pretendía convencerte de que lo hacía por tu bien!

Luego se ampara en la sensatez para argumentar insensatamente: «Dicen que el sentido común es la menos común de las virtudes políticas y así parece confirmarse en el caso del forzado voluntarismo al tratar de imponer el euskera como lengua vehicular prioritaria en una comunidad escolar donde el conocimiento de dicho idioma es minoritario (...) El problema, sin embargo, no estriba tanto en el error cometido por decreto, sino en el grave daño causado al euskera al ser utilizado como punta de lanza en la querella política. El pretender utilizar al euskera de modo antinatural y forzoso, contra las leyes dictadas por el sentido común, causa a nuestro idioma un daño irreparable al menguar el consenso social que le es tan preciso». No se equivoquen, lo que en el fondo subyace es la defensa de la muerte digna... del euskara

Y llega lo mejor: «El euskera no puede soportar el peso de todas las apetencias del abertzalismo y no puede estar sometido a la presión de quienes desean su inmediata recuperación. Hay amores que matan y todo euskaltzale debe saber que por encima de su amor está la realidad». Lo que está claro es que el euskara no puede soportar el peso de las apetencias del españoleo ramplón. Por más que se empeñen en disfrazarlo de sentido común. Hay ejemplos de sobra.

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