Cuando atraviesa unos momentos que no son precisamente los más dulces, y en el mínimo margen entre la supuesta voluntad y las posibilidades de materializarla, el presidente de EEUU, Barack Obama, continúa apareciendo como el dirigente que dará comienzo a una nueva era, si bien no renuncia a la omnipresencia militar estadounidense que ha caracterizado la era actual, tan abrumadora como muestra el mapa que hoy ofrece GARA. Ayer dio inicio a su gira por Asia con la visita a Japón, donde entre otros asuntos habituales como la situación de Afganistán, las negociaciones con Corea del Norte, el cambio climático o la crisis económica, Obama y el primer ministro japonés, Yukio Hatoyama, abordaron un tema más delicado para ambos, cual es el futuro de la base militar estadounidense de Futenma, en la isla de Okinawa. Uno de los principales puntos del programa electoral de Hatoyama fue el cambio en política exterior, concretado en unas relaciones menos dependientes de EEUU. Sin embargo, no acordaron más que crear una comisión que decida el destino de la base militar, que Tokio quiere fuera del territorio japonés y Estados Unidos pretende mantener en la misma isla. Con el anuncio de una relación «renovada» entre EEUU y Japón, quedó la sensación de que la primera etapa de la gira asiática de Obama no ha ido mucho más allá de una visita de cortesía.