Marat Safin ha colgado la raqueta y se jubila del tenis. Con 29 años al jugador de origen tártaro no le apetece acatar la disciplina que exige enfrentarse a chavales más fuertes y más rápidos. Este gigante, de 1,93 metros de estatura, destacó no sólo por su derecha prodigiosa y su imponente revés a dos manos, sino por un físico espectacular y una actitud que no le permitieron pasar desapercibido.

Hijo de un ex corredor de 100 metros, comenzó a jugar en un club propiedad de su familia y tuvo a su madre como primera entrenadora. Capaz de sacar regularmente a más de 200 kilómetros por hora, combinaba en la pista su enorme talento con sus arrebatos de mal genio, con más de 200 raquetas rotas.

Incapaz de controlarse a veces, pese a su sentido del humor, mantenía las formas con los compañeros, pero lo pagaba con los árbitros o hacía un corte de mangas al público si se sentía maltratado, aunque también sabía disculparse. Aquel chaval que con 14 años se instaló en Valencia, para entrenar bajo el sol, descubrió pronto los rigores de su deporte. «En el tenis hay demasiada presión, siempre hay que ganar. Llegar es muy difícil, caer muy fácil y cuando te alejas de los primeros es durísimo volver. He vivido así diez años, no quiero seguir con esa presión. Estar estresado las 24 horas del día es algo que yo detesto», se sinceró el moscovita en su despedida, harto de ese sistema que obliga a defender puntos y decide, en función de los resultados, quien es cabeza de serie. Y es que Safin marcaba las diferencias entre algunas disciplinas de equipo y las individuales: «Si juegas a fútbol, a hockey o a baloncesto tu firmas un contrato y sabes lo que vas a cobrar. En el tenis todo se decide día a día. Si te va bien, tienes suerte. Si te va mal estás obligado a cambiar de tren de vida», se quejaba.

Siempre París

Eligió París-Bercy, el torneo indoor más importante del calendario y en la actualidad el último de los nueve Masters 1.000 de la temporada, para anunciar su adiós. Beneficiado por una invitación, el Palais Omnisports, escenario de sus buenos momentos, le devolvió el favor. El ruso alcanzó sobre su entonces moqueta -ahora se juega sobre pista dura- el número uno de la ATP en noviembre de 2000, dos meses después de superar a Pete Sampras en la final del US Open, aunque le duró poco.

Triple campeón de este torneo -2000, 2002 y 2004-, allí también se adjudicó una de sus dos Copa Davis (2002). El pasado miércoles, tras perder ante el argentino Juan Martín del Potro en la segunda ronda, recibió el homenaje de la organización, que le otorgó la Llave de Bercy. «Una puerta se cierra y espero que se abran otras», dijo en la misma ciudad que le encumbró aquel verano del 98. «Aquí empezó todo y aquí acaba. No puede haber un sitio mejor».

Safin tenía 18 años y debutaba en Roland Garros. Tuvo un estreno brillante. Derrotó a Kuerten y a Agassi, el estadounidense cuya reciente autobiografía no ha dejado indiferente a ninguno de sus contemporáneos sobre todo porque ha revelado que consumió drogas y mintió a la ATP. Safin, al contrario que el ganador de ocho títulos del Grand Slam, no tiene intención de repasar su carrera profesional ni las repercusiones en su vida personal y menos plasmarlas en un libro. «Mis secretos los guardo para mí. Quizás cuando sea muy viejo», responde.

Con fama de juerguista, nunca pretendió que el tenis fuera lo único en su vida. De hecho, pese a sus grandes cualidades, sólo quince títulos adornan su palmarés y su carrera deportiva está plagada de altibajos. Algunos lo atribuyen a los excesos. «Muchos piensan que no he sido serio en el tenis, pero que pregunten a mis entrenadores y verán cómo me he sacrificado», se defiende el ruso.

Su apellido seguirá pululando por las canchas. Su hermana pequeña Dinara Safina ya ha destacado en la WTA, donde este año ha llegado a ser número uno. Ahora es la dos, tras ser desbancada recientemente por Serena Williams.