Católico practicante y padre de cuatro hijos, el veterano político flamenco recibió en diciembre el encargo de liderar el Gobierno belga tras año y medio de una crisis de estado sin parangón en Europa.

Reservado, Van Rompuy se dedicó durante largos años a tareas internas en su partido, el CVP (posteriormente CD&V) hasta su lanzamiento al ser elegido en 1995 diputado por la circunscripción de Bruselas-Halle-Vilvoorde, fuente de disputas permanentes entre las comunidades flamenca y valona.

En 2004, y tras los sucesivos varapalos electorales del partido, no dudó en hacer suya la alianza con los soberanistas flamencos del N-VA, acusando al rey Alberto de ocuparse exclusivamente de «la agenda política de una sola comunidad (valona)».

Tras la victoria de esa alianza el 10 de junio de 2007, asistió desde la atalaya de la presidencia de la Cámara de Representantes a los fracasos (cuatro) en formar gobiernos estables del líder del partido, Yves Leterme.

A ello se sumó el impacto de la crisis global y la derivada de un escándalo de interferencia en el poder judicial que selló la tumba de Leterme. Encargado para formar gobierno, Van Rompuy soltó lastre soberanista sellando un pacto de compromiso con tres partidos valones. Mostraba así una ambición política oculta tras un disfraz discreto y hasta anodino.