Helen Groome Geógrafa
Propiedad «intelectual» o beneficio social
Todavía nos quedan ejemplos de personas cuya obra no les constituye una fuente infinita de ingresos económicos, sino de un dinero limitado, como las personas que dibujan con tiza en la calle y el paso de las personas y la lluvia les impone volver a demostrar su ingenio
Hay personas que han ganado un montón de dinero con una obra «intelectual» y quieren seguir ganando mucho más. Quieren seguir ganando más independientemente de que el esfuerzo y la inversión para realizar su obra ya estén de sobra remunerados. Incluso hay hijos e hijas que quieren seguir beneficiándose de las obras «intelectuales» de sus progenitores. Y hay personas que son «aspirantes» a lo mismo: lograr algún éxito con tal o cual obra «intelectual» para así ganar un montón de dinero, ganar todo lo que puedan, sin límites. A todas estas personas les suele molestar que, para ganarse la comida del día, alguien grabe, copie y/o venda «su» obra.
Otras muchas personas no tenemos ese objetivo, quizá por que nuestras obras no cuentan como «intelectuales», sino se catalogan como estupideces, quizá porque nuestras obras pertenecen automáticamente a otras personas independientemente de que seamos nosotras quienes las hayamos realizado. ¿Qué tal si los y las obreras, aparte de ganar un sueldo, cobrasen un porcentaje por cada coche, casa, lavadora o columpio que hubiesen fabricado, cada vez que uno de éstos se cambiase de mano? ¿Por qué se da un valor especial a algo salido de las mentes de algunas personas pero no a lo que sale de las manos de algunas otras?
¿Qué tipo de mundo hemos hecho si la ley le da la razón a una persona para tener un monopolio ilimitado sobre las ganancias de sus «propiedades», aunque a esa persona le sobren yates, coches, casas y alimentos, y multa o encarcela a alguien que no tiene más que la ropa que viste y procura ganar dos duros vendiendo copias de las obras de aquéllas?
Todavía quedan personas y pueblos que entienden que las obras «intelectuales», como cualquier otra obra, deben ser objeto de remuneración, pero que no son «propiedades». Entienden que el objetivo principal de muchas obras «intelectuales» debe ser el disfrute de la persona al realizarlas y el disfrute o utilidad de las personas al ver, leer o usarlas. Todavía nos quedan ejemplos de personas cuya obra no les constituye una fuente infinita de ingresos económicos, sino de un dinero limitado, como las personas que dibujan con tiza en la calle y el paso de las personas y la lluvia les impone volver a demostrar su ingenio al poco tiempo (si la Policía les deja). O personas cuyo único objetivo es aprender y disfrutar de su obra, como los budistas que invierten horas en hacer diseños artísticos con elementos naturales como las semillas y, tras observar la obra finalizada durante cierto tiempo, la borran para iniciar otra.
Esta claro que el problema de los trabajos «intelectuales» es cómo remunerarlos. ¿Cuántas personas «intelectuales» se conformarían con ganar un sueldo que remunerase el esfuerzo invertido en realizar tal o cual obra para que el placer o utilidad obtenida de la misma estuviese al alcance de la sociedad en general, maximizando nuestro bienestar como colectivo? Da Vinci tal vez.