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Eszenak

Y hubo que volver a aprender a hablar

Aquí se aprende muy poco, falta personal docente y nosotros, los muchachos del Instituto Benjamenta, jamás llegaremos a nada, es decir, que el día de mañana seremos todos gente muy modesta y subordinada. La enseñanza que nos imparten consiste básicamente en inculcarnos paciencia y obediencia, dos cualidades que prometen escaso o ningún éxito. Éxitos interiores, eso sí. Pero ¿a quién dan de comer las conquistas interiores? De algo estoy seguro: el día de mañana seré un encantador cero a la izquierda». Así arranca «Jacob Von Gunten», novela de Robert Walser, aquel loco paseante solitario que abrió secretamente sendas que transitaron luego otros como Kafka o Beckett. Pero dejemos a Walser porque hoy se trata de hablar de la barcelonesa sala Beckett al calor de su cumpleaños. Veinte años ya.

Para celebrarlo como merece han programado tres obras. Una de ellas «Aquí se aprende poco», versión teatral del «Jacob Von Gunten»; el encargado del trasvase y de la dirección no es otro que el actual director de la Beckett, Toni Casares. Los otros dos montajes son más bien reposiciones -eso sí, nuevitas y relucientes- de sendas históricas piezas del fundador de la sala y uno de los principales renovadores de la escena estatal contemporánea, el inquieto y desestabilizador José Sanchís Sinisterra.

En siglos pasados la escena era considerada como una realidad bidimensional, pictórica, y la palabra era el eje de la representación. Pero a fines del XIX la palabra entró en crisis y la fe en ella se desmoronó: llegaron las vanguardias y la centralidad del director. Y la escena pasó a considerarse como la realidad tridimensional que es. Y con la escena, el actor; a medida que recuperaba su cuerpo, su fisicidad, enmudecía. No había palabras. Pero tras la mudez fue preciso recuperar la palabra, aprender a hablar de otra manera, porque el antiguo lenguaje ya no servía. Porque el lenguaje no sirve para comunicarnos sino para ocultarnos; porque casi siempre el silencio es más elocuente que las palabras; porque a través del lenguaje nos creamos y nos creemos una identidad ficticia; porque las palabras son cosa de publicistas, políticos, periodistas, predicadores y demás vendedores de humo; porque en el lenguaje tiene lugar más que en ningún otro ámbito la guerra del poder; porque nuestras palabras no son sino torpes balbuceos que anhelan un sentido.

Sanchís Sinisterra ha sido en estas últimas décadas el principal introductor aquí de esta Nueva Dramaturgia del Texto. Y por eso la sala Beckett ha dedicado a ella su ingente trabajo. Y lo ha hecho desde la formación, la experimentación y la exhibición. Por eso su espacio más característico es El Obrador: amasar y cocer a fuego lento, como debe ser. Por ahí han pasado un montón de los actuales dramaturgos más interesantes, y no sólo catalanes. Edita también una revista, significativamente titulada «Pausa».

«Ñaque. De piojos y actores» y «Vacío» son los clásicos de Sanchís con los que se celebra el cumpleaños; siguen teniendo la misma fuerza y vigencia. La editorial manchega «Ñaque» ha editado el recomendabilísimo y sorprendente «Teatro Menor», donde se recogen 50 piezas breves -que en absoluto menores- de Sanchís. Ahí esta «Vacío», que termina así: «Ya está todo dicho, ¿no? Si no hay nada que buscar, ni nada que esperar, ¿qué hacemos aquí? Pues eso: simplemente acabar, para que llegue de una vez el principio. El primer principio de todas las cosas».

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