Belén Martínez analista social
La pax americana
Al escuchar al laureado Obama, una piensa que se encuentra ante un encantador de serpientes que es capaz de combinar el ideal rousseauniano de belleza y moral con la diplomacia de una Condoleezza Rice. O lo que es lo mismo, Barack Hussein Obama es un cínico que juega con ventaja: no en vano es el Presidente del Imperio y tiene, además, una pléyade de incondicionales entre las socialdemocracias europeas. Solo así se puede entender la elegía belicista con la que justifica la ocupación militar de otro país. Y que lo haya hecho con la misma convicción con el que los países coloniales legitimaban las políticas de «repoblación» llevadas a cabo a través de la Real Compañía de las Indias Orientales.
¿A quién esperaba convencer con su discurso? Tal vez su arenga militarista iba dirigida al embajador de Estados Unidos en Kabul, Karl Eikenberry, antiguo comandante de las tropas americanas en Afganistán, que no ve con buenos ojos el envío de 30.000 soldados más a una guerra que dura ya ocho años. Y el tal Eikenberry no es ningún disidente ni subversivo.
Obama, que ya había presentado anteriormente la ocupación de Afganistán como una «guerra necesaria», invoca el «derecho a la guerra justa». Quienes combatieron contra el nazismo sabían muy bien por qué peleaban. Las comparaciones son odiosas y manipuladoras. Entre las diferentes Resistencias que combatieron los fascismos en Europa y estos `paladines de la libertad' no hay color. El Presidente dice que «las herramientas de guerra juegan un papel determinante para preservar la paz». Debería decir para preservar regímenes corruptos e ilegítimos, como el gobierno de Hamid Karzai.