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José Miguel Arrugaeta historiador y refugiado político

En defensa de la casa de mis padres

Entre todas las fotos de represaliados vascos retiradas por la Ertzaintza se encuentra la del autor de este artículo. Tomando su caso como excusa, Arrugaeta argumenta sobre lo superficial y previsible de la acción gubernativa, al situarse dentro de un extenso catálogo de innovaciones represivas experimentadas durante más de cinco décadas. Medidas necias, al no poder extirpar unas imágenes que «están grabadas en la piel, la memoria y la trayectoria vital de miles y miles de familiares, amigos y numerosos desconocidos solidarios».

Unos fornidos jóvenes, bien comidos y pagados, vestidos de negro y con llamativos cascos rojos, han procedido a quitar las fotos de los presos y refugiados de las paredes de mi barrio. Usando un legítimo, y supuesto, derecho de respuesta quiero aprovechar el incidente para reiterar mi firme voluntad de seguir «pegado» en paredes, murales, corazones y memorias, mientras las causas por las que tuve que marcharme de mi casa en contra de mi voluntad, hace ya más de treinta años, sigan vigentes. De más está decir que todo lo que aparece aquí escrito es de mi entera y única responsabilidad (a efectos legales, por si acaso), y no representa a nadie más que a mí mismo, para evitar cualquier interpretación (por eso empleo en este caso con profusión la primera persona del singular).

Me llega la noticia de que la activa Policía autónoma, en un brillante y hábil operativo de esos a los que nos tienen ya tan acostumbrados, procedió a retirar, por segunda vez, las fotos de los presos y refugiados de mi barrio. Aunque tengo por vieja costumbre no responder a provocaciones estériles, dado que en este caso mi imagen era la primera en el mural, por antigüedad no deseada, voy a acogerme excepcionalmente a eso que llaman derecho de réplica por alusión, sin que sirva de precedente, ya que realmente tengo cosas mucho más interesantes que hacer que perder el tiempo tanto con los mandos como con los mandados. Pero, como ustedes pueden suponer, yo también tengo mi corazoncito, como todo el mundo, y no pienso perderme la oportunidad de decir algunas cosas al respecto.

En lo que se refiere al plano personal, por mí pueden recoger todas mis fotos (hasta las del álbum familiar) si les place y eso les hace sentirse más machotes, pues realmente, para ser claro, fotos de mí mismo y formas de reproducirlas es lo que me sobran. Así que sólo espero que los ideólogos y mandaderos de esta «campaña de imagen» tengan la misma paciencia y perseverancia que he ido adquiriendo yo en los últimos treinta y un años de exilio involuntario.

A lo largo del accidentado recorrido de mi vida he conocido un sinnúmero de presidentes de Gobierno, ministros de Interior y Justicia, mandakaris con sus correspondientes consejeros... Cargos públicos (de la dictadura y de esta democracia-disciplinada que nos han impuesto) de todo tipo y plumaje, que he visto pasar con más pena que gloria, a decir verdad, antes de retirarse, tarde o temprano, a sus bien remuneradas ocupaciones particulares, siempre con los deberes a medio hacer (incluyendo varios generales especialistas muy especiales en lucha contra-subversiva aplicada a la Zona Especial del Norte). A casi todos ellos los recuerdo vendiendo, como si fuese un crecepelo, sus infalibles e invariablemente novedosas recetas para solucionar el llamado «conflicto vasco», y en sus respectivos periodos de mandato dedicaron todos sus esfuerzos a aplicarnos con dedicación casi escolar sus fórmulas milagrosas. He presenciado, de cerca y de lejos, numerosas -siempre irreversibles, por supuesto- «fases finales» de la cosa. Sinceramente, ya he perdido la cuenta: negociaciones, contactos, mensajes directos e indirectos, salidas policiales y represivas, pactos de todo tipo y naturaleza, derrotas inminentes... En fin, todo lo que ustedes quieran imaginar y un poco más, que de todo ha habido en esta muy especial «viña del Señor».

Realmente, si no es porque parece una evidencia elemental, estaría tentado de decir que finalmente, y a pesar de cualquier «invento» intermedio de corto o mediano recorrido, un problema político como el que nos ocupa sólo tendrá soluciones perdurables y sólidas en el ámbito claramente político. Dicha máxima quizá les parezca simplemente de sentido común, pero también es obligatorio señalar que ese parece ser el menos común de los sentidos para una «clase política, mediática y económica» (de casa y de fuera) constantemente encerrada en sí misma, atrapada permanentemente en las redes de sus mezquinos objetivos personales, confortables sillones, corruptelas económicas cotidianas, coyunturas electorales e intereses de grupo... Ése si que es un obstáculo de verdad para cualquier salida posible al continuo e histórico conflicto político y militar en el que nacimos, crecimos y aún vivimos.

Una numerosa parte de este Pueblo vasco, digno y solidario, ha conseguido resistir a través del tiempo todos los intentos e inventos para anular y asimilar los reclamos y derechos que le corresponden a cualquier comunidad nacional que quiera ser y lo exprese con claridad a través del tiempo, como es nuestro caso. Es la cerril negativa a reconocer estas realidades, y no mi foto -nuestras fotos-, el problema.

Mienten a su «público» adormilado, acostumbrado a comulgar con ruedas de molino, les venden atajos, pactos y frentes (para que quede claro que estamos ante un serio y grave problema de Estado), gobiernos de «cambio» empeñados en que no cambie nada (¡quítate tu, para ponerme yo!), recorren en círculos el mismo laberinto, repitiéndose a sí mismos sus discursos vacíos de contenidos, voluntades y soluciones reales... Hasta que alguien reencuentre el título de aquel libro, muy famoso a inicios de los años 80 del pasado siglo (que parece ayer), y descubran, con el desasosiego de quien se despierta de una mala pesadilla, que una mayoría de vascos y vascas somos «los españoles que dejaron de serlo», aunque sólo sea para comenzar a recolocarnos y a hablar en otra dimensión política.

M ientras tanto, y muy a pesar de dolores, heridas, ausencias y sinsabores, yo, que siempre me ha gustado mirar para adelante quizás por aquello de que además soy historiador, estoy convencido que las soluciones de fondo van cogiendo madre, como los buenos vinos que sólo nacen de la buena uva, el tiempo, la paciencia y el pensamiento reposado.

Por todo esto, y mucho más que no me cabe en ninguna cuartilla, digo que mi foto, otras fotos, las fotos de cientos de personas (en realidad miles a lo largo de las últimas cinco décadas) no son causa sino efecto, apenas el pálido reflejo de una larga resistencia colectiva, donde ha primado la fidelidad, la perseverancia, la coherencia entre lo que se piensa, se defiende y se asume conscientemente, a un altísimo costo humano y personal. Esas imágenes, como otras más antiguas, están grabadas en la piel, la memoria y la trayectoria vital de miles y miles de familiares, amigos y numerosos desconocidos solidarios a través de los años, y no se pueden arrancar del corazón de quienes las han hecho suyas por dentro. Podrán quitarlas provisionalmente, una y otra vez, las colocaremos de nuevo, una y otra vez, de la manera en que podamos, aunque sólo sea para demostrar a quienes tienen por oficio cerrar puertas y ventanas a la voluntad, legítima, libre y soberana de nuestro pueblo, que en esta antigua tierra siempre habrá gente dispuesta a defender la casa de nuestros padres y de nuestras madres, y que tenemos toda la intención de dejársela a nuestros hijos... en paz, si es posible.

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