Dos justificaciones dio el PNV la pasada semana cuando se abstuvo ante las enmiendas a la totalidad que el resto de grupos de la oposición presentaron a unos presupuestos que, según los propios jeltzales, requieren de «mejoras sustanciales» porque tienen puntos «realmente preocupantes». El parlamentario Javier Carro dijo ante el pleno que el «objetivo principal» de su partido es «trabajar para conseguir el máximo bienestar de la sociedad vasca, ya sea gobernando o en la oposición» y que, «por tanto, nosotros no vamos a impedir que una institución como es el Gobierno de Euskadi tenga presupuestos». Al día siguiente, en una entrevista radiofónica, Joseba Egibar añadió que el PNV se había planteado como principal misión que el Gobierno del PSE, apoyado por el PP, «cause el menor destrozo posible en el entramado institucional».

La cuestión es que el voto del PNV a los presupuestos de Lakua es absolutamente irrelevante. PSE y PP tienen la mayoría necesaria para aprobarlos. Si no votan en contra -que al menos sería una posición testimonial- es porque tienen un pacto global con el PSOE para todas las instituciones. Pero los jeltzales hubieran podido muy bien dejar su voto en el Parlamento autonómico fuera del acuerdo -puesto que no tiene ningún efecto práctico- y haber intercambiado el apoyo del PNV a las cuentas de Zapatero en las Cortes españolas por el dejar hacer del PSE en las tres diputaciones.

Resulta difícil de entender que después de la humillante aplicación del rodillo a la que PSE y PP sometieron ayer al PNV, los jeltzales, con su inútil abstención, vayan a darle ahora a Patxi López la victoria propagandística de aprobar los presupuestos con menor oposición de la historia reciente de la CAV.