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Antonio Alvarez-Solís periodista

El extraño referéndum del Sr. López

Comenzando por el final, el autor reclama en la última línea de su escrito a Patxi López algo fundamental: seriedad. Termina así un agudo análisis de la propuesta lanzada por el lehendakari para desarrollar un debate sobre el modelo de país que quieren los vascos. Alvarez-Solís entiende que el debate, por oposición al referéndum, es un instrumento que en este caso se queda corto y resulta ineficaz como instrumento para definir la identidad futura de Euskal Herria.

Cuando el Sr. Patxi López se dirigió a sus invitados en la reunión lustral de año nuevo en la Lehendakaritza planteó algo muy parecido a un referéndum como intención básica de su Gobierno respecto a la vida vasca. Se trata, dijo, de un debate general para concretar «qué modelo de país queremos para nosotros y para nuestros hijos». Ahí parecía apuntarse posiblemente un propósito referendual de calado: nada menos que averiguar el modelo de país en toda su manifestación como entidad sustantiva -¿país soberano, país federal, país dotado de una autonomía intensa, país simplemente regionalizado...?-. Mas para situarnos ante la imprecisa oferta del Sr. López hay que advertir en primer término que la diferencia entre debate y referéndum estriba en que mediante el referéndum se vota en la calle y el resultado vincula y mediante el debate se opina habitualmente sin otra trascendencia. Más aún: en el referéndum se llama a toda la ciudadanía y en el debate se escoge, de una u otra forma, a los participantes, que acuden con un temario previamente limitado.

De entrada, el nuevo lehendakari subrayó lo de debate. Pero además de optar por esta última opción, el máximo delegado de España en Euskadi aguó a continuación el posible vino de la libertad de opinión con la advertencia de que el modelo de país que llamaba a buscar «no se forma en debates sobre símbolos y banderas, sino sobre el modelo social». El conato referendual había desaparecido en unos pocos minutos convertido en una maniobra administrativa. El «modelo» de país no afectaba al ser mismo del país como tal, como nación, sino a su administración como pieza dependiente de España.

Pero al llegar a este punto cabe añadir otra confusión: aunque el modelo de país a debatir fuera de carácter estrictamente social -un país socialista, de libre mercado, de economía mixta, laico, con pase foral...- ¿cómo lograrlo operando dentro del Estado español y sin contar con ese Estado? Y si hay que contar con ese Estado, ¿hasta dónde cabe hablar de un verdadero debate general sobre el modelo futuro de Euskadi? ¿Para qué ese debate propuesto con tanta solemnidad y grandilocuencia? Un vasco solamente puede discutir sobre el modelo social de Euskadi si primero se aclara su situación dentro del Estado español. Es más, si Euskadi no puede decidir con plena soberanía el debate siempre será un afán supeditado o, muchas veces, delictivo.

Tengo la impresión, más profunda cada día, de que el Sr. López carece de horizonte político y que, por tanto, se ha quedado sin quehacer propio como gobernante. En consecuencia, se esfuerza agónicamente por crear ese horizonte. Una vez expulsado de la Lehendakaritza el gobierno nacionalista del lehendakari Ibarretxe, el Sr. López ha quedado reducido a una especie débil de prefecto francés, con una función multipolicial. Y aún, esa función la absorbe totalmente el Sr. Ares, que es quien acumula en sus manos todo el poder de Lakua. He leído que asume incluso la coordinación del Gobierno vasco, que por lógica elemental pertenece al jefe del gabinete. Quizá mi información no sea exacta; pero de serlo estaríamos ante una figura que recordaría mucho a la de una reina madre entrometida, figura que en España ha tenido su representación en dos María Cristinas: la que ostentó la regencia de Isabel II y la que regentó el reino durante la minoridad de Alfonso XIII.

El resumen de semejante embrollo -a no ser, repito, que el embrollo sea fruto de mi imaginación e ignorancia- es que la política vasca actual carece de todo perfil orgánico. Una política que únicamente fía su pervivencia a un posible y triste agotamiento de la ciudadanía vasca para defender sus derechos esenciales.

Algo que reclama mi atención de modo preferente en este asunto es la insistencia socio-popular en lateralizar los símbolos y la bandera de Euskadi como si fueran cuestión de menor cuantía, más propios de una cortedad aldeana que de una nación madura y desarrollada. Ciertamente no parece en modo alguno coherente que gobernantes dependientes tan jerárquicamente de Madrid hablen con esa frivolidad de los símbolos y de la bandera, a cuyo amparo y homenaje acuden con tanta frecuencia cuando se trata de la bandera y los símbolos de España. Hay que decir que los símbolos son el resumen de creencias y emociones profundas. Mueven el mundo y establecen las identidades que conforman las naciones.

La bandera son los colores con que una nación firma abreviadamente su existencia en el viento, aunque el secretario general del partido socialista de Euskadi haya dicho que las cuestiones identitarias son cosas del pasado, lo que nos coloca, de ser cierta la aseveración, ante la existencia de pueblos olvidados de su origen. La fuerza de los símbolos es fácil de explicar mediante el roble de Gernika y la enseña crucífera, que ocupa todos los días la revuelta calle vasca. Que yo sepa, el menosprecio de la bandera y de los símbolos propios del país sólo se da en los gobernantes actuales de Euskadi, lo que hace sospechar en ellos un amor adúltero más allá de la muga.

Estas son, claro es, reflexiones provocadas por indicios que me parecen bastante expresivos. Quizá se me objete que los indicios son poca cosa para llegar a conclusiones como las que acabo de sentar, pero no se me discutirá al respecto el alto valor que se da en la tierra vasca por parte de sus ocupantes en la hora presente a todo lo indiciario para reprimir vidas y expresiones ya sea por parte de la Policía, de los tribunales o de los legisladores españoles. También en este asunto habría que reclamar una sencilla y elemental coherencia.

Pensar que mediante un debate en condiciones de dependencia política, por muy amplio que ese debate se plantee, Euskadi va decidir como quiere funcionar económica, cultural o jurisdiccionalmente es pensar en algo imposible. Puede un debate de tal categoría definir algunas singularidades formales en los procesos administrativos, pero nada más allá de eso. Lo que lograría ese debate es disolver en banalidades una serie de fuerzas y energías que han de dedicarse al magno objetivo de la autodeterminación y a la protección de las libertades que se precisan para abordar ese objetivo. Hablamos, pues, de un nuevo ensayo de distracción de fuerzas nacionalistas que, entre otras consecuencias, podría intensificar la natural fatiga que produce la intensa lucha actual por alcanzar objetivos vitales, como es la corrección de la monstruosa política penitenciaria seguida por el Gobierno de Madrid.

Hay un momento asimismo muy interesante en el brindis del Sr. López en el umbral del nuevo año. Es el momento en que el actual lehendakari invita a la sociedad vasca a que intervenga en la construcción «de la nueva Euskadi más moderna, más libre y más participativa». Empecinarse en que una nación ha de ser nueva expresa una profunda incomodidad en habitar la que se tiene entre manos, que aparece como embarazosa y adversa. Euskadi, como cualquier nación, está constituida mediante un proceso histórico al que no se puede dar carpetazo. Una nación no se inventa. Respecto a que sea más libre, el Sr. López sabe por qué no lo es la nación vasca, penetrada por cien quintacolumnismos distintos. Y en cuanto a que sea más participativa, el Sr. López podría poner los ojos sobre las leyes represoras, el funcionamiento punitivo y la persecución de las ideas. Sr. López, ante todo, seriedad.

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