El intento de «reconquista» golpea de lleno también a la Iglesia vasca
A la reconquista. Así llegaron las personas que la Iglesia y quién sabe si incluso el Ministerio de Interior españoles trajeron ayer en autobuses y otros medios de transporte a la catedral Artzai Ona de Donostia. Porque ése fue el sentido que algunas de esas personas le dieron a su asistencia a preguntas de nuestros periodistas. Y eso que la nueva jerarquía impuesta en Gipuzkoa por Rouco y el Consejo de Estado vaticano, personalizado de momento sólo en el nuevo obispo, José Ignacio Munilla, les rogaron que evitaran la simbología que sin duda pensaban traer consigo. No hubo banderas españolas ayer en la catedral donostiarra, pero sí todo lo demás.
Y ese todo lo demás engloba desde el nuncio del Papa en España, monseñor Renzo Fratini, acompañado de una cuarentena de prelados y cardenales españoles, a quién y cómo organizó ayer el traspaso de poderes al frente de la Iglesia guipuzcoana. Y no fue organizado, como suele, por la propia estructura eclesial guipuzcoana, sino por instancias estrictamente españolas, desde la ultraconservadora Conferencia Episcopal al propio Ministerio de Interior de Rubalcaba, que restringieron movimientos y presencias en la Catedral. Es significativo, por otra parte, cómo se ha argumentado el relevo incluso desde el ámbito ideológico que lo ha fomentado, propiciado y, finalmente, impuesto: El dirigente del PP Antonio Basagoiti, por ejemplo, equiparaba a los nacionalistas «con los dictadores que quieren poner y quitar obispos en función de intereses políticos». Difícilmente podría definirse mejor lo que ha sucedido en Gipuzkoa y, por extensión, lo que se está imponiendo a las diócesis vascas desde hace ya unos años.
Lo explicaba ayer perfectamente en estas mismas páginas el profesor de la facultad de Teología de Gasteiz Félix Placer, cuando constataba y alertaba de la estrategia diseñada desde el poder establecido en la Iglesia española y el Vaticano para las iglesias vascas, una estrategia «restauracionista» que persigue una iglesia conservadora en lo pastoral y contraria a los derechos de Euskal Herria.
¿Qué podía haber hecho el obispo saliente, Juan María Uriarte, ante lo que se le ha venido encima? Más, sin duda. Entre otras cosas, algo fundamental, apoyarse en su propia Iglesia, escucharla e ir de su mano. Si ante la designación de Munilla, impuesto por Rouco al margen de la terna propuesta, como es norma, por el obispo saliente, es obvio que se ha marginado absolutamente al «pueblo» -concepto también utilizado por la propia iglesia-, a Uriarte también cabe achacarle haber eludido esa tradición de la Iglesia que apela al sentir y la participación del pueblo. Por ejemplo, a la hora de abrir la participación para componer la terna de candidatos, o para llevar adelante su Gobierno y su etapa al frente de la diócesis guipuzcoana de modo que pudiera garantizarse en lo posible tanto un relevo compartido y aceptado como una reacción conjunta y, por extensión, más fuerte contra esta decisión finalmente impuesta. No debe extrañar, por lo tanto, que su propio equipo haya terminado por abandonarle antes incluso del desembarco de Munilla y compañía, algo ciertamente significativo y que refleja tanto la tensión existente como el pulso que debe esperar el nuevo obispo.
Porque si José Ignacio Munilla puede considerarse como el símbolo de una batalla ganada por los sectores más conservadores y, en consecuencia, por la cúpula eclesial española, no menos cierto es que la guerra no ha terminado. Ante el previsible endurecimiento de la censura y del control de cualquier reflejo progresista y aun abertzale, los grupos y comunidades de base seguirán sin duda defendiendo sus derechos e identidad, tratando de alentar la necesaria modernidad que la inmensa mayoría de la Iglesia vasca, que se ha expresado en contra de este giro conservador y españolista, demanda.
Es realmente esclarecedora la idea o noción de democracia que invocan quienes ayer llegaron a Donostia en medio de fuertes medidas de seguridad y con una idea fija en mente: la «reconquista».
Aunque parezca un comentario frívolo ante un hecho que por la mayoría de la Iglesia guipuzcoana y vasca es percibido con rabia y desasosiego, quien haya visto la película «Avatar» habrá percibido cierto reflejo entre lo que se cuenta en la misma y lo que ha sucedido en el relevo al frente de la iglesia guipuzcoana: los «hombres del cielo» -porque de hombres se trata y del cielo dicen que proviene su magisterio y poder- tratando de imponerse y, de un modo u otro, con palabras más o menos bonitas o falsas, de sojuzgar al «pueblo». Quizás hayan cambiado métodos y armas, pero probablemente menos de lo que muchos se imaginan. Muchos dirán, claro, que todo eso son cuestiones internas de la Iglesia que no le conciernen. Tal vez tenga razón quien así se exprese, en cierto modo, pero sólo en cierto modo, porque esa estrategia de reconquista que toca ahora y desde hace años a la Iglesia vasca no es sino un eslabón más de una estrategia general que nos afecta e incumbe a todos, y que tienen que ver, como expresaba ayer en su artículo de opinión Félix Placer, con «los esfuerzos de libertad, justicia y paz en el lugar en que vivimos».