Maite Ubiria Periodista
Los escáner y los espacios opacos
El desigual combate entre seguridad y libertad libra su enésimo asalto con la decisión adoptada por diversos gobiernos occidentales de desnudar ante la fría mirada de un escáner a los viajeros.
La secuencia lógica, de la amenaza a la excepción, se repite, aunque hayamos perdido ya la cuenta de los fracasos sobre los que reposa esta guerra contra el mundo llámese éste musulmán, mestizo o pobre; aunque nadie pueda presentar un balance mínimamente honorable de esta venganza permanente contra el «eje del mal», que se nutre de nuevos y más sorprendentes miembros a cada nuevo zarpazo que sufre o esquiva el Imperio.
El Nobel de la Paz promete bombas en Yemen, y en Quai d'Orsay nadie se atreve a levantar la voz para denunciar ese propósito real y tangible de sembrar el terror, aunque a cambio se exhibe celeridad inaudita para probar en los aeropuertos de París los nuevos equipos con los que detectar la amenaza global e inconcreta.
Quienes viajen a EEUU serán observados por una máquina que nadie sabe hasta qué punto aportará una mayor seguridad colectiva, pero que de entrada mete otra dentellada a nuestra maltrecha intimidad.
Para tranquilidad de los más crédulos, París baraja una «lista negra». Es una pena, porque de aplicarle el escáner a Sarkozy en su último viaje a Nueva York, quizás nos habríamos dado el gustazo de ver un paquete sospechoso. Me refiero a su abultada cartera. Dos millones de euros, un piquito de nada, se gastó el presidente durante su viaje a la Asamblea de la ONU para agasajar a 4.000 selectos compatriotas que viven en EEUU.
Que las élites respiren tranquilas. El escáner sólo se aplicará a viajeros sospechosos.
La visión sesgada y clasista con que los países occidentales miran al mundo musulmán les jugó una mala pasada el 11-S, la historia se repite, afortunadamente sin consecuencias tan trágicas, en el caso de Detroit.
EEUU y sus reclutas europeos sólo saben mirar con la lupa del prejuicio. La deformación alimenta la tragedia, que toma forma de injusticia insoportable en origen, que se transforma en problema insoluble de seguridad en destino. Aunque, a estas alturas, ¿quién puede situar con exactitud el punto de partida y la estación terminus de un viaje hacia el desencuentro que nos desnuda a todos de razones?