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El parlamento europeo examina a la comisión

Todo quedó en nada al primer rasguño

Se anunciaba un duelo, y fue teatro. El principal grupo opositor (Socialistas y Demócratas) forzó la retirada de la candidata a comisaria búlgara, Rumiana Jeleva; el PPE, mayoritario, se enfureció o aparentó hacerlo, y Martin Schulz, líder de S&D, mandó parar. Y todos felices. Una pantomima. La Comisión Barroso II será aprobada en pleno el 9 de febrero.

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Josu JUARISTI I

Las audiencias ante los diputados europeos han vuelto a ser un juego de poder más que un verdadero examen sobre las aptitudes de los candidatos para ejercer sus funciones. De hecho, quien ha servido de cabeza de turco en la escenificación del duelo entre Parlamento y Comisión ha sido un jugador «menor», un peón si utilizáramos el símil del ajedrez: Rumiana Jeleva, la candidata a comisaria europea designada por Bulgaria.

Para la oposición en la Cámara Europea era más fácil apuntar a Jeleva que a candidatos de más peso, y para el mayoritario Partido Popular Europeo era mucho más aceptable sacrificar a la comisaria búlgara para sacar adelante la derechista Comisión Barroso II sin demasiados rasguños, sólo los previsibles en esa pantomima.

Algunos como Neelie Kropes, Olli Rehn e incluso la propia Catherine Ashton, flamante e inexperta Alta Representante para Asuntos Exteriores, se las vieron y desearon para demostrar a los parlamentarios europeos que controlan las carteras asignadas. No convencieron, pero eran pesos demasiado pesados para elegirlos -por unos u otros- como objetivos en la batalla. Así que, al final, todo ha quedado en el intercambio de golpes previsto y en una pérdida asumible para el PPE: Jeleva, ya historia.

Los rumores difundidos los días previos señalando que podrían forzarse cambios de carteras -e incluso de denominaciones y responsabilidades entre carteras- y de vicepresidentes quedaron, de nuevo, en nada.

Las audiencias tampoco sirvieron para aclarar las responsabilidades que algunos de los comisarios tendrán que compartir necesariamente en determinadas áreas: es fácil de pronosticar que Connie Hedegaard (responsable de Cambio Climático), Janez Potocnik (Medio Ambiente) y Günther Oettinger (Energía) chocarán y tendrán dificultades para delimitar espacios y responsabilidades; y otro tanto ocurrirá con Cecilia Malmstrom (Asuntos Internos), Viviane Reding (Justicia, Derechos fundamentales y Ciudadanía) y Lászlo Andor (Antidiscriminación, entre otras funciones); y también entre la propia Catherine Ashton con Andris Piebalgs (Desarrollo), Kristalina Georgieva (que relevará a Jeleva en Cooperación Internacional y Ayuda Humanitaria) y Stefan Füle (Ampliación y Política de Vecindad). Ashton, además, tendrá que compartir terreno de juego con Marios Sefcovic, responsable del reclutamiento para el Servicio Europeo de Acción Exterior, que estará bajo el mando de la británica.

Tal y como apuntan muchos expertos, esta indefinición es absolutamente intencionada, porque permite a Durao Barroso ser el único árbitro en el gallinero. Otro tanto hizo anulando casi a Michel Barnier en su disputa con la City londinense.

La conclusión es que la oposición ha podido aparentar fortaleza ante el grupo mayoritario; que al PPE le ha importado muy poco sacrificar a Jeleva, porque esta Comisión está hecha a su medida (el líder del Partido Popular Europeo amenazó con represalias tras el rechazo a Jeleva, pero no pasó de verbalizarlas, porque de inmediato enterró el hacha de guerra); y que el colegio de comisarios (en bloque) se ha asegurado el voto favorable de la Cámara el 9 de febrero.

Desde luego, no es la primera vez que esto ocurre, y el propio Barroso vivió algo parecido con su primer equipo, cuando la Cámara Europea forzó la retirada de Buttuglione.

¿Ha estado en peligro en algún momento el segundo equipo de Barroso? En absoluto.

Todo ha sido un juego, un juego de poder interinstitucional en cierto sentido, con el Parlamento recordando a la Comisión y a los estados que designan a sus candidatos para comisario que son controlados y pueden ser rechazados por los diputados, pero, como se ha visto, se trata de un juego en el que todos los participantes conocen las cartas marcadas. Una escenificación.

El 9 de febrero no habrá sorpresas en Estrasburgo y los nuevos comisarios y comisarias podrán asumir funciones de inmediato.

Control estatal

Lo que puede inferirse de lo que ha sucedido en la Cámara es que el entramado institucional comunitario es, en cierto modo, un fraude, puesto que ni el Parlamento ejerce realmente sus competencias de control sobre la Comisión, ni ésta responde al interés general. Son los estados los que controlan, entre bambalinas, todo el proceso.

Son los estados -los grandes, los contribuyentes netos- los que han permitido, en primer lugar, una Comisión a 27 en lugar de la pactada reducción de comisarios acordada en aras de una mayor eficacia y legitimidad tanto en el fallido Tratado Constitucional como en el de Lisboa (concesión a Irlanda para que convocara el segundo referéndum sobre Lisboa); son los estados quienes han dado luz verde a la compleja distribución de carteras de esta Comisión; son los veintisiete estados los que han manejado los hilos de las audiencias parlamentarias a los comisarios; y son los estados los que han designado a sus comisarios europeos y peleado hasta el último momento para conseguir las mejores carteras (cada cual, obviamente, sabiendo a lo que podía optar dada su posición en el club). La Unión Europea sigue basándose en un intercambio de cromos sin fin y muy pocas veces hay un verdadero interés común europeo bajo ese juego.

No lo ha habido en esta ocasión, puesto que, si así fuera, algunos comisarios no habrían pasado el examen parlamentario, tal y como reconoce más de un diputado europeo fuera de micrófono. Pero no por su pasado o sus historias personales, que es en lo que el Parlamento se ha centrado en buena medida, sino por sus aptitudes y conocimientos para gestionar las funciones y responsabilidades asignadas.

Aunque lo cierto es que, si fuera por capacidad y méritos, probablemente ni el propio Barroso estaría hoy donde está. Y, desde luego, si un verdadero Parlamento Europeo tuviera capacidad de control sobre un hipotético Gobierno de la Unión o incluso sobre los actuales ejecutivos de los Veintisiete, algunos de los actuales primeros ministros no pasarían la prueba si se les interpelara en base a los valores que la UE dice defender.

Las audiencias están prácticamente amañadas, puesto que, normalmente, al candidato a comisario o comisaria le basta con hacer los deberes, aprender bien su intervención y no salir de la dirección ya pactada para el mandato de la Comisión, dirección marcada por los estados (y también por los grandes grupos del Parlamento) al presidente de la Comisión designado.

Luego, cada cual pasa mejor o peor el examen. Por ejemplo, cuentan que Almunia mantuvo su habitual tono ligeramente autoritario; que Barnier estuvo controlado; que Rehn estuvo más bien apático; que Ashton no logró disipar, en absoluto, las dudas sobre su capacidad y conocimiento del ámbito de la política exterior; que Reding leyó una especie de manifiesto ante los diputados; que Malmstrom estuvo casi con un pie fuera y que Kroes no estaba en forma.

Con muy pocas excepciones (Viviane Reding, quizás, situada casi como brazo derecho de Barroso), las comparecencias han servido para demostrar lo que ya se sabía o intuía: que tampoco este segundo equipo de Durao Barroso tiene músculo, que es un colegio continuista, es decir, sin chicha ni limoná, sin liderazgo ni capacidad de iniciativa. Mero gestor de las políticas marcadas.

Un modelo con pies de barro

Los grandes desafíos exigen grandes equipos, y éste no parece serlo. La cuestión clave no radica, como nos han hecho creer estos últimos meses, en la representatividad o proyección exterior de la UE. El reto está en los graves problemas económicos y sociales que aquejan a la Unión, desde lo macro a lo micro. Y la crisis (escaso o nulo crecimiento, población cada vez más envejecida, déficits y deudas, desempleo...) está poniendo en jaque a la cohesión y solidaridad europeas.

Almunia y Barnier se enfrentan a un desafío mayúsculo; no porque ellos sean los que marquen las políticas de la Unión, sino porque chocarán con los estados que tratarán de proteger sus terruños y a sus campeones (financieros o empresariales) con ayudas e incentivos que chocarán con las normas comunitarias. El mercado único se enfrenta a una seria amenaza de erosión, y eso puede abrir la Caja de Pandora de una de las bases fundamentales de este modelo de Unión, lo que a su vez podría llevar a su cuestionamiento y quizás, a nuevas cooperaciones reforzadas en ámbitos muy sensibles que nos llevarían a uniones dentro (y, por lo tanto, fuera en algunos aspectos) de la propia UE.

Dicen los que le conocen que Barroso vive obsesionado con tratar de contentar a todos y que eso le resta capacidad de maniobra. Pero si los grandes lo han mantenido será porque eso es, justamente, lo que buscan, aunque sepan que resta eficacia a la gestión general. La UE, por mucho Tratado de Lisboa que tenga, está en fase de transición.

La ue «abre» 54 superdelegaciones

Una de las grandes estrellas mediáticas del Tratado de Lisboa y de su consiguiente operación de márketing es el Servicio Europeo de Acción Exterior, que algunos equiparan, con más voluntad que realismo, con un embrionario cuerpo diplomático europeo. Es sabido que necesitará uno o dos años para comenzar a funcionar a todo gas (ni tan siquiera están decididas aún sus verdaderas competencias y funciones), pero la UE y su Alta Representante para Asuntos Exteriores y de Seguridad Común, Catherine Ashton, han dado ya algunos pasos para tratar de no perder el impulso mediático.

Uno de esos pasos ha sido reconvertir 54 de las 136 delegaciones que la Comisión tiene en todo el mundo en «superdelegaciones» o, como algunos las llaman ya, en «embajadas». El 1 de enero, las 136 delegaciones de la Comisión pasaron a denominarse oficialmente «delegaciones de la UE». Ahora, estas 54 superdelegaciones tendrán el mismo rol que juegan las embajadas de los estados miembros que ostentan las presidencias semestrales, lo que supone que, entre otras cosas, coordinarán las misiones bilaterales de los estados miembros en los países en cuestión y que sus representantes podrán hablar en nombre de la Unión. Pero esto es muy poco. Del resto de sus funciones no se sabe nada, porque nada está decidido. Pero sí sabemos algo curioso y criticable, y es que Ashton ha seleccionado esas 54 delegaciones con criterios tan típicamente comunitarios como el de «no molestar» ni quitar visibilidad a la presidencia española, de modo que ninguna de esas 54 está ni en el «área de influencia» española (América Latina), ni en EEUU ni Rusia, donde habrá cumbres con la UE en este semestre.

Así que la mayoría de esas 54 «superdelegaciones» están en África, Asia y en otras zonas «menos relevantes» para la Unión. De nuevo, puro márketing sin contenido real. Esto es, demasiadas veces, la Unión Europea. J. J.

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