Intereses particulares obscenos que marcan su ley en Haití, Wall Street y Euskal Herria
El apocalipsis de Haití ha sacudido las conciencias de todo el mundo. La magnitud de la catástrofe espanta. Según los últimos datos ofrecidos ayer, parece que el terremoto se habrá llevado las vidas de un volumen de población cercano al de Donostia, Iruñea o Gasteiz, y que habrá dejado sin hogar a tantas personas como las que viven en Bilbo. Es un desastre tan tremendo que ha provocado un caudal de solidaridad en todo el mundo (voluntarios, donaciones, ofertas de adopción...) y que por eso hace más escandalosa la creciente sospecha de intereses particulares ávidos de aprovechar la ocasión.
La imagen de los supervivientes haitianos contemplando estupefactos el desfile de marines armados recordaba a un «Bienvenido mister Marshall», pero esta vez entre cadáveres. Si ya resultaba sospechoso que las metralletas y los helicópteros llegaran antes que los alimentos y las medicinas, la directora de Seguridad Nacional de la Administración Obama, Janet Napolitano, ha dado la pista definitiva al dejar claro a los cientos de miles de afectados que «ésta no es una oportunidad para la inmigración». Se les amenaza incluso con la cárcel de Guantánamo. Como si Haití no llevara décadas siendo un Guantánamo de miseria y exclusión.
Hay motivos para que el despliegue estadounidense haya despertado recelos, pero tampoco El Elíseo es quien para poner el grito en el cielo. Ciertamente hace ya dos siglos que Haití dejó de ser una colonia francesa, pero es tan cierto como que París nunca ha renunciado a tratar de mantener su influencia en la zona. Y los datos hablan por sí solos. Tras la era colonial y tras la poscolonial, en Haití el 80% de la población vive por debajo del umbral de pobreza. El país ha sido deforestado hasta extremos inconcebibles (en este siglo, el arbolado se ha reducido del 60% al 2%). Y el PIB per cápita, según datos del FMI, apenas llega a 1.316 dólares frente a los 34.209 del Estado francés o los 46.859 de Estados Unidos. Dicho en otras palabras, un haitiano es 30 veces más pobre que un estadounidense y 26 veces más pobre que un francés (y también que un vasco).
Sin duda, ésta es una realidad que no se combate con limosnas que a lo sumo tranquilicen conciencias, sino con un cambio de rumbo total en las relaciones internacionales. Con un terremoto político en favor de la justicia y la igualdad entre los pueblos.
Obama y Wells Fargo, López y Goirigolzarri
Paradójicamente, bien cerca de la depauperada Haití está Wall Street, centro del imperio neoliberal y epicentro de la crisis económica que ha extendido su onda expansiva a todo el planeta. Cuando afirman que ya se empieza a estabilizar la situación, sobre los escombros de millones de parados, como cabía prever no se ha adoptado ninguna solución de fondo y ni siquiera se han purgado las mínimas responsabilidades personales. Esta semana, tres de los principales exponentes del sector financiero estadounidense no han dudado en jactarse de haber logrado beneficios récord (Wells Fargo logró el año pasado el mayor éxito de su historia, quintuplicando los ingresos de 2008). Que ante esta situación Barack Obama haya afirmado que «si estos tipos quieren guerra, la van a tener» puede entenderse como una declaración de fuerza en una primera lectura, pero suena más bien a una muestra de impotencia. Habrá que ver hasta dónde llega ese combate contra los intereses particulares que predica y cuál es su margen real de acción.
En cualquier caso, no dice mucho de la izquierda mundial que sea un inquilino de la Casa Blanca quien se ponga al frente de esta lucha. Y no hay que cruzar el Atlántico para comprobar esta incapacidad. Sin salir de Euskal Herria, Patxi López, que se sitúa a sí mismo en la izquierda, no ha tenido empacho en filtrar que quiere contar como asesor con José Ignacio Goirigolzarri, al que el BBVA acaba de retirar con un sueldo anual de tres millones de euros. La capacidad de sorpresa ciudadana parece agotada ante noticias como ésta, pero resulta imprescindible para lograr cambiar las cosas.
¿A quién no le interesa resolver el conflicto?
La prevalencia de los intereses particulares en Euskal Herria tiene como uno de sus máximos exponentes a Josu Jon Imaz, que pasó en un santiamén de responsabilidades gubernamentales y políticas a la alta dirección de la empresa privada, y que parece dispuesto ahora a saltar con la misma rapidez desde la máxima jefatura del PNV a la colaboración con el Gobierno del PSE. Su caso ni es único ni sorprende a nadie a estas alturas, pero sí confirma la percepción general de que Imaz ya fue un mero asesor del PSE en las conversaciones de Loiola, cuando lo que el interés general reclamaba del PNV era un papel de bisagra que facilitara el acuerdo.
Aquel intento ya pasó, y afortunadamente ahora se intuyen nuevas posibilidades levantadas sobre los cimientos de las lecciones aprendidas y robustecidas con claves novedosas. Pero para que se pueda levantar algo sólido será imprescindible que la sociedad desenmascare a quienes pretendan que sus intereses particulares obscenos sigan marcando la ley.