GARA > Idatzia > Iritzia> Txokotik

Ainara Lertxundi Periodista

Quiero un niño haitiano

La corrupción, la miseria y el caos eran ya males endémicos en Haití antes del terremoto, pero éste los ha elevado a niveles insospechados. Hasta la ONU ha reconocido que jamás se había enfrentado a una catástrofe semejante y que se siente desbordada. El poco gobierno que quedaba en el país se ha venido abajo, literalmente, con su palacio presidencial y principales ministerios reducidos a escombros. El único objetivo ahora es sobrevivir y reconstruir de manera «diferente» aquella nación que, en su día, fue la primera en levantarse contra la esclavitud y en proclamar la independencia, para desesperación de los colonizadores y dueños de ricos ingenios.

En esa reconstrucción caben todos los haitianos, incluso los que hoy son niños, porque son precisamente ellos el futuro de este país, que en poco tiempo ha perdido a 150.000 personas, más de 200.000 están heridas y muchas han sufrido amputaciones. Lo más parecido a un escenario posbélico.

Las imágenes y magnitud de la tragedia han sacudido la conciencia de muchos y han multiplicado las muestras de solidaridad, pero también el interés de otros, particularmente de las mafias. A la semana de producirse el seísmo, los organismos de defensa de la infancia alertaron del secuestro de menores para su posible adopción. Tales redes ya estaban implantadas en Haití de antes, por lo que en este escenario lo tienen más fácil si cabe. ¿Quién se puede hacer cargo de los niños que vagan por las calles en busca de algo tan elemental como la supervivencia? ¿O de los bebés de aquellas madres, algunas en estado crítico, que dan a luz sin más compañía que ellas mismas? Es imposible.

Las peticiones de adopciones internacionales han subido como la espuma. Desde Argentina, la asociación Salvad a un Ángel se congratulaba de que en cuestión de días había recibido 500 solicitudes y pedía al Gobierno que agilice los trámites.

Organismos como UNICEF han advertido del riesgo que conlleva este tipo de llamamientos, que alientan al tráfico y sustracción malintencionada de quienes están en situación más vulnerable. No se trata de vaciar, de repente, un país ni de cumplir deseos personales a cuenta de la desgracia ajena, sino de ayudar a esos niños a superar los traumas y, en su caso, a reencontrarse con la familia perdida. Es la hora, por tanto, de sembrar las semillas de un nuevo futuro.

Imprimatu 
Gehitu artikuloa: Delicious Zabaldu
Igo