Los terrores de H. P. Lovecraft nacieron de sus propias paranoias racistas, encauzadas a través de su genialidad para crear submundos temibles construidos a partir de retazos de sus propias pesadillas y locura desbocada. Lo atractivo que siempre ha resultado para el cine recrear en la gran pantalla estos universos imposibles, se ha convertido en una apuesta pendiente y que difícilmente podrá lograrse en su integridad ya que Lovecraft se amparó en la fórmula de lo indescriptible para describir su imaginario terrible. Por ese motivo, lo abstracto se convierte en el principal escollo que los cineastas deben superar para lograr la plena identificación con los terrores imaginados por el escritor de Providence y, por ello, el debutante José Luis Alemán no ha querido arriesgarse en exceso y ha apostado por un estilo y un argumento que resulten plenamente reconocibles para el espectador.

Amparado en un estilo lindante con la serie B y envuelta en un atractivo diseño visual, «La herencia Valdemar» es un correcto homenaje a Lovecraft creado a partir de algunas de sus obras más emblemáticas como «El Horror de Dunwich», «La llamada de Cthulhu» o «El caso de Charles Dexter Ward».

Presente y pasado se citan a lo largo de una trama resuelta con cierta eficacia, pero excesivamente dependiente del sobresalto previsible que se intuye mientras recorremos los pasillos del viejo caserón victoriano por los que transcurre el filme. Por el contrario, la película gana muchos enteros con la inclusión de personajes reales como Bram Stoker, Belle Gunnes, Aleister Crowley o el propio Lovecraft, que refuerzan el carácter literario-fantástico de la trama.

De todos modos, resulta muy difícil hacer una valoración global de un proyecto que ha sido dividido en dos partes lo cual ha provocado que los roles protagónicos de Silvia Abascal y Óscar Jaenada queden muy difusos en esta primera entrega y que el clímax argumental quede reservado para la segunda entrega de este díptico.