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Mikel Soto | Editor

ŤAzken guda dantzať

Se apoya el autor en el concierto que Kortatu ofreció a modo de despedida en octubre de 1988 y que da título al artículo, para afrontar un análisis de situación sobre el momento político por el que atraviesa Euskal Herria y, más concretamente, la izquierda abertzale. Soto entiende que ha llegado el momento de capitalizar décadas de lucha por la libertad y constata que, de forma evidente, esa perspectiva pone especialmente nerviosos a los poderes del Estado. En ese contexto, culmina su análisis animando a bailar la «última danza de guerra», a participar en barrios, fábricas, institutos... para llevar el proceso a buen puerto.

El 1 de octubre de 1988, en el pabellón Anaitasuna de Iruñea, Kortatu se despidió de los escenarios con el mítico concierto que vino a llamarse «Azken guda dantza», la última danza de guerra. No parece que el epígrafe bajo el que se celebró dicho concierto fuera casual. En aquel octubre en que Emiliano Revilla apareció en su casa con una tarta, Julen Elgorriaga realizaba continuas visitas a Argel y ETA hacía públicos los contactos con el Gobierno del PSOE renovando su oferta de tregua, no era ilusorio pensar que se iba a cerrar un largo ciclo de violencia en Euskal Herria. Parecían escucharse los últimos y dramáticos ecos de una guerra demasiado larga.

Desgraciadamente, en la recta final de lo que fue un inmenso proceso de acumulación de fuerzas por parte de la sociedad vasca, tanto el PSOE como el PNV dieron la espalda al clamor que reclamaba una solución justa y duradera mediante el diálogo al conflicto que enfrenta a Euskal Herria con los estados español y francés.

Desde entonces, mucho ha llovido. Parece como si el pueblo vasco estuviera condenado a cumplir la máxima de Voltaire que nos describe como «un pequeño pueblo que canta y baila al pie de los Pirineos». Y, aún así, no se puede negar que lo hemos intentado todo. Durante las últimas décadas, como en las precedentes, la izquierda abertzale ha puesto toda su fuerza, su sudor y su sangre para alcanzar un escenario de libertad en Euskal Herria. Y por eso hemos pagado un precio que nadie creía que fuéramos capaces de pagar. Seguramente ni nosotros mismos. Ésa es la razón por la que Rubalcaba ha dejado de dormir por las noches. Entre filtración y filtración, recientemente alertaba de que «pretenden capitalizar la existencia de 50 años de terrorismo».

Salvando las diferencias semánticas, no lo hubiera explicado mejor. Es hora de cobrar todo lo apostado; ha llegado el momento del auténtico terror para el Estado y quienes desde aquí han apoyado su estrategia. Desde el más tonto al más listo, todo el mundo sabe quién ha estado «en la línea del frente»; quién ha demostrado que la voluntad de este pueblo es inquebrantable, que, como dice la canción, «nahiz ta hanka bana hautsi berriak badira». Que por muchas piernas que nos rompan, siempre tenemos otra nueva para seguir en pie.

Por eso, llegado el momento del pánico, aparte de la apuesta represiva, no han encontrado otro arma que el grito sordo que trata de convencer a incautos de que no sabemos lo que queremos, que estamos acorralados, débiles y divididos. En pocas palabras, de que «no permanece unida la familia Iskariote».

Es el sueño político incumplido de quienes tratan de reducirnos a los batasunis o a la marginalidad política. Pero, para su desgracia, la izquierda abertzale, con su unidad popular a la cabeza, es el frente interclasista con un programa para la liberación nacional y social de este pueblo que en su día soñaron Monzón, Brouard, Idigoras, Gorostidi y otros miles y miles de militantes abertzales. Es la fuerza política que se enorgullece de que no haya un solo habitante de Euskal Herria que no haya visto sus derechos nacionales, democráticos, laborales, sociales, medioambientales, de género, lingüísticos o de cualquier otro tipo apoyados y defendidos por sus militantes, cargos públicos u organizaciones. Es la bestia negra del Estado, porque es inasimilable y tiene la firme voluntad de ganar.

El proceso de reflexión y decisión puesto en marcha meses atrás en el seno de la izquierda abertzale es prueba de ello. Porque es real que «hay algo aquí que va mal», pero, a diferencia de la canción, a nosotros no nos da igual. El documento denominado «Clarificando la fase política y la estrategia» es el auténtico hito, el único mojón a debate entre la totalidad de la militancia abertzale. Y, para desgracia de muchos, esta arriesgada apuesta es la que ha conseguido aglutinar a la totalidad de las bases independentistas y de izquierda. Es la que se han descargado más de 300.000 personas en Internet, la que han debatido cerca de 7.600 personas en más de 270 pueblos y barrios de Euskal Herria, la que han arropado líderes políticos y agentes internacionales y la que ha conseguido dejar fuera de juego la estrategia del Estado español.

Por desgracia, pese de tener plena conciencia de ser la única fuerza política capaz de iniciar un proceso soberanista dotado de contenidos populares, a menudo hemos limitado nuestra potencialidad optando por tratar de ser los bolcheviques del país. O lo que es peor, los bolcheviques de los bolcheviques. Aún así, como decíamos, la izquierda abertzale nunca ha perdido el pulso de la sociedad ni de su entorno. Los datos esgrimidos son buena prueba de que la fase política que se abre y la estrategia adoptada son refrendadas no sólo por su militancia, sino por una inmensa mayoría social, sindical y política de este país. Parece que estamos entrando en la fase «After boltxebike». Porque, por vocación y voluntad, esa mayoría social supera por la izquierda la vieja dicotomía de cuadros y masas. Son las propias masas las que deciden que no necesitamos unas estructuras hipertrofiadas, ni un movimiento de cuadros, y mucho menos de cuadros cuadriculados.

En el terror del que se sabe impotente, están pisando a fondo el acelerador represivo para tratar de impedir el debate y cerrar la iniciativa. Como nos recuerda siempre que puede Gilles Perrault, aunque nos duelan los golpes, no nos deben hacer perder la perspectiva de que, simple, lisa y llanamente, se les está acabando el arsenal. No se cansan de repetir que «Jimmy Jazz está entre rejas, que lo han ligao...». Lo tienen claro, todos sabemos que anda cerca.

Pese a todo lo dicho, he de confesar que he empezado este artículo sobre una premisa falsa. Decía que Kortatu se despidió de los escenarios con «Azken guda dantza». No es cierto. Como manifestaron en su día y se encargó de recordarnos Fermín en mitad del último proceso, su último concierto es el día de la amnistía. No podía ser de otra manera. Todas esas caras y nombres que se nos arremolinan en la memoria son una de nuestras razones de ser. Si resistimos y sobrevivimos es por su luz.

El doble LP de Kortatu que conservo en casa fue comprado en Madrid, en una de las tiendas de la mítica cadena Madrid-Rock. Todavía tengo la versión censurada de vinilo. ¡Qué tiempos aquellos del vinilo! ¡Qué tiempos, aquéllos y éstos, de censura! No contentos con eliminar por la fuerza una imagen del Rey en la contraportada, durante años estuvimos escuchando «Aizkolari» interrumpida constantemente por un sugerente ¡PIIII!, que, por fortuna, musical y democráticamente, en la última versión en CD ha sido sustituido por un sonoro ¡ETA! Y es que, por encima de los ejércitos de la censura que campan hoy a sus anchas, efectivamente, este nuevo ciclo político es el de la apología. Aun con las cárceles españolas y francesas abarrotadas como están, no existen celdas para encarcelar a los miles de apologetas pasados, presentes y futuros. Porque, como Rubalcaba explica, pretendemos construir el futuro de este país sobre décadas de lucha. Son nuestro apoyo y garantía ante el pueblo. Es nuestra memoria refleja. Es la certeza de que no vamos a trampearnos en el juego marcado, de que no vamos a equivocar el camino, de que el arma que elijamos cada momento va a ser la justa y precisa.

Si estamos todos y todas de acuerdo con la estrategia debatida, si ésta es la última danza de guerra, no vale quedarse en las gradas; hay que salir al centro de la pista a bailar. A los barrios, a las fábricas, a los institutos... A la calle, a mostrarnos a cuerpo, que ya es hora.

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