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Crónica | Escándalo en Alemania

2010: cuando 30 millones de tarjetas se convirtieron en basura de plástico

Es algo muy bonito y cada vez más habitual pasar la nochevieja fuera de casa, en un país lejano quizá, para entrar bailando y festejando al año nuevo. También es normal que las actividades de la última noche del año vacíen la cartera de tal manera que el día 1 haya que llenarla de nuevo.

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Ingo NIEBEL

Pero tan rápido como el dinero, también el buen humor puede irse cuando un cajero automático tras otro se niega a entregar la suma solicitada, emitiendo un escueto mensaje diciendo que «no se puede efectuar la operación, póngase en contacto con su banco». El asunto se convierte en pesadilla cuando también la tarjeta de crédito deja de funcionar y, además, estando en el extranjero uno no tiene los datos necesarios para acceder a la cuenta corriente por internet.

Esta desagradable experiencia la tuvieron unos 30 millones de propietarios de tarjetas de pago y de crédito alemanes el 1 de enero, cuando los cajeros se negaron a reconocer este instrumento de pago. En cuestión de doce campanadas estos símbolos de confianza y de consumo se convirtieron en basura plastificada. Después de los días festivos los bancos y las cajas de ahorro descubrieron el origen del problema: el chip de las tarjetas, estaba mal programado. Su software no podía manejar los dígitos de 2010.

De esta manera se repitió el error ante el que el Gobierno, la industria y la banca habían advertido en 1999, cuando se anunciaba la llegada del nuevo siglo. Hace una década no hubo mayores inconvenientes, mientras que esta vez una buena parte de los alemanes se llevó un mal rato por no haber sido informados a tiempo. El fallo técnico afectó tanto a los compradores como a los vendedores.

El 9 de enero, los institutos bancarios informaron de que ya se había eliminado el obstáculo que imposibilitaba esta forma de pago. La solución no tenía nada que ver con la supuesta «eficacia alemana»: los expertos técnicos habían manipulado el sistema de los cajeros automáticos y de los lectores de tarjetas en las tiendas de tal manera que no activaban más el chip. Así se evitó que millones de clientes volvieran a las sucursales para sacar el dinero en efectivo como era costumbre en épocas atrás.

Los entes financieros anunciaron que iban a arreglar el error en las tarjetas, bien mediante máquinas especiales en los bancos o a través de los propios cajeros. Así quieren evitar tener que cambiar 30 millones de tarjetas, porque esta operación sí les costaría al menos 300 millones de euros. Pero el precio ha sido el más alto que puede pagar un banco: la confianza. Y ésta sigue disminuyendo.

La revista informática «C't» recordó que en los años 90 los bancos implantaron el chip en las tarjetas justamente para blindar los datos memorizados en la negra banda magnética que se halla el reverso de la cartulina plastificada. Era una reacción a la distribución de un software legal que permitía cambiar, por ejemplo, la linea de crédito de la tarjeta de pago.

Para ello sólo hacía falta un PC con el sistema operativo de Microsoft y conectarlo con lector de tarjeta, al libre alcance de cada interesado. «C't» se mofa de los bancos recordando que la banda magnética no ofrece ninguna seguridad porque «cada chorizo con un mínimo de talento y una modificada grabadora de cassettes» está en condiciones de copiar los datos sensibles de la tarjeta.

Además añade que por razones de seguridad no debería ser posible manipular el chip y su contenido, tal y como está previsto, porque esto supondría que dicha manipulación podría ocurrir entonces en cualquier otro cajero también. Pero la federación de los bancos, la ZKA, replicó que la seguridad estaba garantizada de todas formas.

En otros países

Lo que sigue sin solucionarse es el uso de las tarjetas en el extranjero. Ahí siguen funcionando los habituales sistemas de seguridad que activan el chip defectuoso. Esto supone que en las fiestas de carnaval, que muchos alemanes prefieren pasarlas fuera, y si no, en las vacaciones de Semana Santa, se pueden producir nuevos problemas.

La reacción de cada banco depende de qué tipo de cliente domina. Las cajas de ahorro, por ejemplo, optan por arreglar sus 27 millones de tarjetas defectuosas mediante las máquinas especiales y a través de sus cajeros. Bancos privados, como el Commerzbank, que cuenta con una clase de clientes que se dirigen frecuentemente al extranjero, están estudiando emitir nuevas tarjetas. La información escasea y obliga a sus clientes a informarse por sus medios.

Mientras este problema está sin solucionar, se anuncia el siguiente -esta vez para los clientes de los denominados «bancos directos» que funcionan ante todo por internet y que en el mundo «real» poseen pocas sucursales. Esta estructura ligera les permite ofrecer sus cuentas corrientes a un precio más económico que a los bancos tradicionales. En algunos casos no les cobran a sus clientes una tarifa extra por sacar dinero con su tarjeta de crédito en el cajero de otro banco. La ING-Diba dispone de 1.225 cajeros automáticos en Alemania, las cajas de ahorro de 25.000. Estas últimas han decidido boicotear a los clientes del ING-Diba rechazando sus tarjetas de crédito. Hasta el momento, las cajas de ahorro han triunfado en los juicios, pero los pleitos y los problemas para los clientes siguen.

 

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