ANÁLISIS |CRISIS POLÍTICA EN HONDURAS
Cambia el collar, pero el perro sigue siendo el mismo
En su discurso de investidura, el nuevo presidente hondureño, Porfirio Lobo, anunció el fin de la crisis política en la que el país ha estado sumido desde el golpe de Estado. Sin embargo, el autor defiende que lo único que cambia es la cara que representa al Gobierno.
Ángel GUERRA Articulista del diario mexicano «La Jornada»
En Honduras simplemente tomó posesión del Gobierno un golpista en sustitución de otro. El panorama está igualito en cuanto a las estructuras de poder que intentó cambiar a base de reformas moderadas el presidente Manuel Zelaya. Sigue el mangoneo de EEUU y la oligarquía sobre el destino de la economía y la política, continúan los mismos jefes militares y policiales, millonarios asesinos y violadores de los derechos humanos, los mismos fiscales y magistrados cómplices y apologistas del golpe, los mismos diputados dóciles a los dueños del país, aunque algunos nombres cambien.
Siguen en pie las mismas instituciones y el personal político que gestaron el golpe. Aquéllos que han mantenido a una mayoría marginada por siglos, fueron organizadores del espurio proceso electoral e invistieron a espaldas del pueblo al nuevo encargado de despachar en la Casa de Gobierno.
No importa si se llama Roberto o Porfirio el empleado de la oligarquía designado para esa función, lo sustantivo es que continúa incólume la dictadura colectiva, como ha escrito en la página web Alai el activista Ricardo Salgado, del Frente Popular de Resistencia (FPR). Esa dictadura oligárquica es propietaria de los medios de difusión que ponen en sus manos un arma estratégica de despolitización y embrutecimiento de las clases medias bajas y de los pobres, sobre todo a través de la televisión.
El flamante presidente Porfirio Lobo no podría haber llegado siquiera a candidato sin la bendición del grupito de familias oligárquicas usufructuarias de las riquezas del país y, por supuesto, del alto mando del Ejército, quienes previamente, claro, habrían escuchado la opinión de su dilecto amigo, el embajador de Estados Unidos quienquiera que fuese. En este caso, se trata del bushista de origen cubano, allegado a la mafia de Miami y arquitecto del golpe Hugo Llorens, que tiene un voluminoso expediente en tareas de seguridad nacional.
Eso sí, lo que no tiene Lobo es apoyo popular ni por ahora reconocimiento internacional. En las dos Américas sólo Estados Unidos, Perú, Colombia, Panamá y Costa Rica aceptaron la validez del proceso en que resultó electo aunque está en marcha una operación de lavado de imagen patrocinada por Washington y la internacional derechista con el propósito de extender al espurio borrón y cuenta nueva y aquí no ha pasado nada.
Al final, se ve venir paulatinamente el reconocimiento del nuevo régimen por un buen número de gobiernos europeos, latinoamericanos y asiáticos, excepto el pequeño grupo que mantiene una política exterior con principios.
Hacia allí apuntaba el acuerdo logrado en República Dominicana entre Lobo y el presidente Leonel Fernández mediante el que aquel se comprometió a extender al presidente Manuel Zelaya el salvoconducto para salir del país sin ser apresado por los esbirros de la oligarquía, así como a un inventario de buenos deseos en cuanto al respeto de las libertades y los derechos humanos, demagógicas promesas de reconciliación y de gobierno de unidad nacional.
A ello añade la farisaica amnistía general por la que aboga, que mete en el mismo saco a los golpistas más connotados y represores del pueblo y a los defensores de la democracia y los derechos humanos. Ya se conoció el cínico sobreseimiento por la Corte Suprema de la causa abierta a los miembros de la cúpula castrense por expulsar a Zelaya del país.
Aunque en esencia las estructuras de poder continúen intactas, es evidente que se ha creado una situación nueva en cuanto a la imagen del régimen tanto en el plano interno como internacional. Mientras Roberto Micheletti se proyectaba como un duro matón, Porfirio Lobo intenta presentarse como persuasivo, dialogante y busca crear un equipo menos excluyente, lo que hace más difícil su desenmascaramiento ante el pueblo.
La oligarquía se asustó mucho con la pujante y valiente movilización popular posterior al golpe y puede ensayar fórmulas para cooptar o intimidar a los elementos populares menos combativos y formados políticamente. Incluso puede tratar de arrebatar banderas al movimiento popular.
La resistencia no debe confiarse pero tampoco subestimarse: ha logrado un admirable cúmulo cultural y político entre las masas populares que le puede permitir batallar, avanzar y finalmente triunfar en las condiciones más difíciles para lograr la anhelada convocatoria de los pueblos a la Asamblea Constituyente y la refundación del país centroamericano.