Josu Imanol Unanue Astoreka Activista social
Obsesión y represión sistemática
Ese silencio que otras veces se cita como «cómplice» de una brutalidad y que ahora justifica «torpezas legales» es considerado una virtud necesaria para someter al rebelde, al precio que sea; dicen que son razones de estado
Las dictaduras-democráticas actuales han mejorado el proceder nefasto de las antiguas en cuanto a los métodos que utilizan, no así en la intensidad y la crueldad con la que se les aplican a los ciudadanos que las padecen.
Existen multitud de datos que hacen que, hoy en día, un pequeño pueblo como el nuestro sea capaz de aportar más historias de estas actuaciones, incluso de manera más prolongada, que las correspondientes a otras épocas dictatoriales y lugares.
Por explicarlo con otras palabras, muy pocas naciones conocen, por ejemplo, semejante cantidad de presos teniendo en cuenta el número total de habitantes. Asimismo, en pocas situaciones democráticas admitidas como tales se podría justificar la situación legal de castigo a los presos más dura y cruel de toda Europa, y estar además satisfecho de ello, vanagloriándose incluso de las detenciones preventivas... Pero ya se sabe, Euskal Herria bien merece ser conocida y saboreada con intensidad.
Hace ya siglos que los torturadores chinos decían que la técnica de las 1.000 torturas diferentes, crueles y seguidas sin llevar al fallecimiento del que las sufre era una técnica envidiable e inmejorable. Seguramente también por ello, desde la legalidad permisiva hacia el que lo produce de manera sofisticada y sin dejar huella, se intenta imitarlo hoy en día en el cuerpo de los detenidos de nuestro país.
Por eso, ni tan siquiera se trata de tener en cuenta las recomendaciones de diferentes estamentos de la ONU, tal vez desde el seguro silencio de una «mayoría» ciudadana enferma a nivel del Estado, que ve necesarias ésta u otras practicas como la cadena perpetua legal, únicamente para los y las vascas privados de libertad, esos a los que tanto odian, aunque no siempre lo citen públicamente.
Me pregunto qué hace temer a la palabra y a la paz, hasta el punto de tener que argumentar lo innecesario de éstas desde los medios. Temo que aun siendo conscientes de lo que supone, hay personas muy enfermas ansiosas por lograr el poder, que sólo pretenden gestionar el sufrimiento en beneficio propio. ¿Es tan difícil desenmascarar a quien niega una mínima posibilidad dialogada, cuando sea y como sea, con tal de no lograrla? ¿Por qué nadie habla claro y, sin embargo, se enfrascan en rebuscar frases grandilocuentes cuando lo que quieren decir es que sólo les importa mandar o imponer sus ideas y a todos?
Recién me comentaban que existe una obsesión por dominar la rebeldía de nuestro pueblo en general y que por ello cualquier método que haga posible el logro del sometimiento es visto por muchos con la devoción del fanático represor. Para ello hay ya hecho trabajo de años, desde las cloacas del poder y desde muchos partidos políticos que colaboran en esto. Una muestra de ello, repito, es el silencio respecto a los hechos represivos diarios. Ese silencio que otras veces se cita como «cómplice» de una brutalidad y que ahora justifica «torpezas legales» es considerado una virtud necesaria para someter al rebelde, al precio que sea; dicen que son razones de estado.
Pero existe una rebeldía que aun reprimida reivindica pensar, razonar, opinar y el mismo derecho a defender su postura, alternativa a esa otra que se impone. Esos proyectos impuestos bajo denominación de «interés general» sin reflexión solo sirven para producir conflicto. Repito, ¿en qué se diferencian las actitudes dictatoriales de gobiernos del pasado con muchas actuaciones actuales? Cualquier disidencia es perseguida y criminalizada, cualquier atisbo de reclamar el cambio es tratado como delictivo. Hay un sinfín de muestras de ello, no sólo las ligadas a la libertad ideológica, también lo son: la lucha contra el TAV, la construcción salvaje en zonas protegidas y de interés natural o incluso los debates sobre salud publica, sexualidad, seguridad laboral... Todas tienden a resolverse con actuaciones impositivas, escudándose en legalidades, historias... Siempre con el beneplácito de un poder mediático cada día más inquisitorial, ejercida por supuestos «expertos» y abonada por la simpática relación que mantienen estos con el poder establecido.
Bien lo saben los que logran un 0% de share en sus medios de comunicación o los que cosechan el rechazo popular en sus propias encuestas, pero eso es lo de menos. Joseph Goebbels, el gauleiter maestro de la manipulación, decía lo que hoy es cátedra: «Una mentira repetida mil veces se transforma en una verdad». Pero pocos reconocen como propio ese lema, pese a haberlo utilizado en el conflicto que vive este país en que habitamos. Omito citar a los tránsfugas, michelines, que no sólo confirman lo que cito, sino que aportan su experiencia desde una supuesta oposición a cambio de compensaciones, cómo no, económicas.
Pero al tiempo pocos le pueden engañar. Lo que hoy parece una eternidad tendrá su equivalente en vergüenza para quienes practican actualmente la prepotencia.