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Fermín Gongeta sociólogo

Desde mi celda

Gongeta habla de «hombres políticos y económicos» para referirse a quienes desde sus respectivas esferas de poder ejercen sobre la ciudadanía una presión cada día más difícil de soportar. Son ésos quienes «esclavizan, roban y amedrentan», quienes «machacan y destruyen». Y en Euskal Herria pone por ejemplo la tortura y la represión creciente que llena las cárceles de ciudadanos vascos, condenados a perpetuidad en virtud de la doctrina Parot. Denuncia el trato a los familiares de esos prisioneros y se acuerda de las palabras de Bobby Sands: «Despreciaban a nuestros familiares tanto o más que lo hacían con nosotros. Les insultaban y hostigaban, destrozándoles el corazón, torturando a sus hijas/os». La oportunidad de los oprimidos, entre los que el autor se cuenta, está en la unión: «¿Qué hacemos separados?», se pregunta.

Las noticias de la prensa sobrecogen. Terremotos, invasiones de países cada vez más empobrecidos; violaciones, muertes, asesinatos, detenciones arbitrarias, torturas; despidos injustificados, regulaciones de empleo aceptadas por gobiernos sin escrúpulos, miseria, hambre. Cada día, cada minuto que transcurre, es mayor la presión que los hombres políticos y económicos ejercen sobre nosotros.

Todo está ya escrito. Y nosotros, como angelicales niños de coro, nos negamos a aceptarlo. Sí. Está escrito. Lo hizo uno de los biógrafos de Jesús el de Nazaret. Dice que aquel judío afirmó: «Al que tiene se le dará más, y al que no tiene, aun lo poco que tiene se le quitará». No era una profecía, sino una constatación de la situación de aquella época, hace XXI siglos, igual que ahora.

Es así. Al que no tiene, lo poco que tiene se le suprime, se le roba. No porque le sobre sino porque no se opone a la rapiña ni a la violencia del fuerte. Son los otros, los poderosos, los que más tienen, quienes dicen necesitar más. No sólo dinero. También libertad. Por eso esclavizan, roban y amedrentan.

Ellos, los políticos y los grandes patronos, organizan nuestras vidas, montan sus leyes, sus guardas jurídicos, sus magistrados, sus policías y carceleros, todo el montaje necesario para silenciarnos, para acabar con la mayoría, para destruirnos. No todos los oficios mantienen la dignidad humana. Ellos se encuentran al otro lado del mostrador de la libertad. Machacan, destruyen.

Me lo contaba Mercedes. Cuando la detuvieron, cuando la humillaron y físicamente la destruyeron.

-¿Que la Guardia Civil tortura?... ¡No! A ti te mataremos- le dijeron en cuanto la metieron en el furgón.

Por eso volví a leer a Sartre en el prólogo de «Los condenados de la tierra», de Frantz Fanon.

«El personaje déspota, enloquecido por su omnipotencia y por el miedo de perderla, ya no se acuerda de que ha sido un hombre; se considera un látigo o un fusil; ha llegado a creer que la domesticación de las `razas inferiores' se obtiene mediante el condicionamiento de sus reflejos».

-¡Hay que doblegarles! ¿Cuántos presos políticos hay en Euskal Herria?- pregunta.

-Unos setecientos, ¡señor!

-¿Dijiste ochocientos?... ¿Alguien dijo mil? ¡Adjudicado! Serán mil los presos políticos vascos, y quinientos más los encausados en espera de juicio. El problema de las Vascongadas quedara definitivamente resuelto.

Ese es el pensamiento de la sinrazón hecha verdad. Ellos tienen el tiempo y el poder.

Violadores en Haití, anuncia la prensa hoy. Cadena perpetua en el reino de España que disimulan con la doctrina Parot y la quieren disfrazar con lo que están dando en llamar «prisión permanente revisable» Trabajo hasta los sesenta y siete años y después más miseria y decrepitud. Gente que lucha por poseer los residuos radiactivos, como un nuevo y trágico film del salario del miedo. 180.000 parados en Hego Euskal Herria y más de cuatro millones en el Estado español. El reino en bancarrota.

Todo lo que escucho y leo sobre la persecución sistemática y pertinaz de que es objeto la disidencia vasca, así como la miseria en el Reino de España me hace retroceder en la memoria. Son repeticiones de escenas padecidas bajo un autoritarismo; ¿más primitivo? no; más camuflado bajo apariencias de una racionalidad obtusa y degradante.

Por esa razón continúo copiando a Sartre refiriéndose a los déspotas. «No tienen en cuenta la memoria humana, los recuerdos imborrables; y sobre todo, hay algo que quizá no han sabido jamás; no nos convertimos en lo que somos sino mediante la negación íntima y radical de lo que han hecho de nosotros... ¿tres generaciones? Desde la segunda, apenas abrían los ojos, los hijos han visto cómo golpeaban a sus padres».

La presencia en la memoria de un ayer que es hoy, que se repite, me ha llevado a rastrear la carta de Ulrike Meinhof, de la R.A.F. La carta del corredor de la muerte. «Sentir explotar la cabeza, con el cráneo a punto de estallar en pedazos. Sentir cómo sube la médula espinal hasta el cerebro, a fuerza de estar oprimida. Sentir el cerebro como si fuera un fruto seco. Sentirse teledirigida de manera constante e inconscientemente.

Sentir que te roban la asociación de ideas. Sentir cómo el espíritu se escurre del cuerpo como si fuera agua que no puedes retener.

Sentir que mi celda se mueve. Te despiertas, abres los ojos y la celda se mueve».

¿Quién eres Ulrike? ¡Qué pronto te hemos olvidado! La cárcel y la vida se entrelazan.

¿La asesinaron en Alemania en 1972? ¿O es ella la vivencia de nuestras/os presas/os en la cárcel de Alama en Galicia, en las cárceles de exterminio del Reino de España o de la República francesa, o en una de sus comisarías de Policía?

«Despreciaban a nuestros familiares tanto o más que lo hacían con nosotros. Les insultaban y hostigaban, destrozándoles el corazón, torturando a sus hijas/os. ¡Qué inocente fui en mi juventud! Ahora me encuentro en el camino de vuelta hacia una inmunda tumba de cemento, en plena lucha por la supervivencia. Una lucha por ser reconocido como prisionero político».

Lo escribía Bobby Sands. El irlandés de la celda 11. «Un día en mi vida».

Dijo: ¡No! Era extranjero. Por eso le reventaron./ Dijo: ¡No! Era joven. Sin más razón le detuvieron./ Dijo: ¡No! Era patriota. Por serlo le condenaron./ Dijo: ¡No! Era joven y patriota. A este le detuvieron y condenaron. Y entre detención y condena le reventaron. Sin duda que era también extranjero.

Ellos tienen el dinero y el tiempo para apretarnos a muerte las tuercas de nuestra existencia. Son insaciables y sin prisa. Lo que nosotros conseguimos tras años de lucha, ellos nos lo revientan con el tiempo, porque no tienen prisa. Nosotros, la tercera, la cuarta generación del victimario, tenemos prisa. Es la diferencia. Los masacrados necesitamos respirar hoy, ahora. Ellos lo saben. Si respiramos, con una mínima bocanada de aire, les ganamos el pulso, el pulso de la democracia social y política. Somos muchos. ¿Qué hacemos separados?

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