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Raimundo Fitero

Cine y televisión

La gala de entrega de los Premios Goya 2010 batió todos los récords de audiencia. La más vista en la historia de la gala. En TVE, por su primer canal y sin anuncios. Sin falso directo, es decir sin el retardo que se ponía como excusa para arreglar problemas que parecía un uso de censura tibia, y que provocaba una extraña sensación ya que se sabía por las radios los premios antes que por la pantalla. Y, por encima de todo, con algo que debe entenderse como importante: fue una gala televisiva, pensado televisivamente, para dar cobertura a una fiesta cinematográfica.

Una gala como cualquier otra, con todas sus servidumbres al género y a la incontinencia emocional de los premiados pero que contó con un gran comunicador, un sabio entretenedor, alguien que domina la televisión, el escenario, el tiempo y que provoca empatía desde el primer instante: Andreu Buenafuente. Protagonista de primer orden, capaz de hacer un monólogo blanco, con mucha intención, conseguidor del ambiente apropiado para que todo transcurra dentro de lo que debe. El efecto especial del principio, con el tsunami, fue fantástico. De quitarse la txapela.

Pero hubo más protagonistas. Como película Celda 211, triunfadora en todo lo creativo, aunque muy emparentada, en número con Ágora que se llevó todos los premios en el apartado técnico. El lasartearra Antonio Mercero, perfectamente representado por sus hijos en uno de esos momentos emotivos que se guardan en el recuerdo. Un premio a toda una vida recogido en su domicilio ya que el cineasta vasco padece la enfermedad a la que dedicó su última película rodada, la que va alimentándose de la memoria.

Y hasta Pedro Almodóvar apareció, llevándose una de las grandes ovaciones de la noche. Se habló de reconciliación. Y así fue. Álex de la Iglesias urdió la misma y se marcó un discurso institucional como Presidente de la Academia muy ajustado a las vindicaciones profesionales sin partidismo aparente y reclamando el compromiso. Dicen que el pasado fue un buen año y se culminó con una buena gala. Que siga este apareamiento entre cine y televisión tan fructífero. Las buenas historias, bien contadas, gustan.

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