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Camino a la esperanza

Iñaki LAZKANO

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El corazón de una obra maestra palpita siempre al ritmo de un excelente guión. Algo de lo que carece la película «Avatar» (2009), entretenido western ecológico de gran belleza formal pero lastrado en exceso por su notoria previsibilidad. El filme de James Cameron pretendía revolucionar el género de la ciencia ficción. Sin embargo, pese a su éxito mediático, no ha existido tal punto de inflexión. La propuesta se ha quedado, ciertamente, a medio camino. Lejos del interés causado por la imaginativa y oscura «The Sky Crawlers» (2008), nueva joya anime del realizador japonés Mamoru Oshii.

La última película de animación del maestro Oshii, premiada por el público navarro en el FAN09, yace ya en las estanterías más deshabitadas de nuestros videoclubs. Cruel sino para uno de los filmes más estimulantes de la ciencia ficción contemporánea. El autor de «Ghost in the Shell» (1995) -pieza angular de la ciencia ficción existencialista, hábilmente vampirizada por los hermanos Wachowski en «The Matrix» (1999)- rasga el alma humana con una melancólica reflexión sobre la desesperanza y la angustia existencial de las nuevas generaciones.

Los kildren son jóvenes pilotos de aviones de combate que han sido diseñados genéticamente para vivir en una eterna adolescencia. Anclados en la desmemoria, viven cautivos de una sociedad que ha prohibido cualquier forma de conflicto armado pero que promueve la guerra a pequeña escala como espectáculo televisivo. Así, los duelos aéreos que protagonizan los kildren son mero divertimento para una sociedad que precisa experimentar el dolor ajeno de la guerra para preservar la ilusión de paz.

La metáfora de Oshii, además de cruda crítica a la condición humana, es un amargo retrato de la juventud moderna. Jóvenes sin futuro ni ilusiones, condenados por la inercia de la enfermiza cotidianidad a un eterno caminar. Kannami, el joven piloto protagonista, se rebela ante ese fatal destino. Sus últimas palabras reflejan el espíritu mismo del director: «Aunque el camino sea el mismo se pueden descubrir cosas nuevas en él. ¿No es ese motivo suficiente por el que vivir?». Es un guiño a la esperanza. Una apología de las pequeñas cosas de la vida. Un humilde remedio para la insatisfacción que anida en nuestros jóvenes y viejos corazones. Según Camus, no ser amado es una simple desventura; la verdadera desgracia es no saber amar. Podría ser un buen lema para romper con la indiferencia en la que está inmersa la humanidad.

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